domingo, 20 de mayo de 2012

Viernes a la tarde (2012)

Viernes Santo. Un día como hoy Jesús dio su vida por nosotros. Jesús, HOY, da Su vida por amor. Venimos a adorar Su cruz... ¿Su cruz? La cruz es un elemento de tortura, el peor lecho de muerte posible, destinado sólo a los criminales –a los que eran considerados los peores en la sociedad-. Jesús transformó la cruz en símbolo de amor, de perdón y de VIDA. Por esto adoramos Su cruz.

Para entender un poco mejor, te invito a escuchar las últimas palabras que Jesús nos dejó en la cruz. Son Su Testamento, regalos que resumen Su vida y nos muestran el camino para llegar a Su Padre. Son las siete palabras que dijo en Su Pasión para poder ser fuertes en nuestro Viernes Santo.

Jesús, el hombre más santo de la historia, sufrió la injusticia más grande. Y en medio del sufrimiento, dijo Su primer palabra en la cruz: “Padre, perdónalos; no saben lo que hacen”. ¿Pero cómo los puede perdonar, si es injusto que perdone a esos hombres que tanto mal le hicieron? ¡Que los castigue, que haga justicia! ¿Perdonarlos? ¿Disminuir la ofensa que le hicieron? ¡¿“no saben lo que hacen”?! Todo esto parece ridículo. La única clave para entender este perdón es el amor: Jesús perdona así porque NOS AMA. Con ese amor es que Jesús borra las diferencias, achica el problema, perdona de verdad. Nos pide que perdonemos siempre y para esto nos muestra el camino del verdadero perdón.

Al lado de Jesús había dos ladrones crucificados, uno a la derecha y otro a la izquierda. Estos dos ladrones nos representan a nosotros, con nuestras cruces y nuestros dolores. Uno de ellos le pide que se acuerde de él cuando esté en el Cielo. Y Jesús le responde: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Jesús nos da la esperanza del Cielo y así alivia nuestro dolor, el peso de nuestra cruz. Jesús, en Su último momento, aún en un instante de muchísimo dolor físico y emocional, es capaz de salir de sí mismo y atender la petición que se le hace. Ve en el ladrón su fe y su arrepentimiento sincero… así como el ladrón, que le habló a Jesús y le hizo un pedido desde la cruz, hoy vos frente a esta misma cruz de Jesús: ¿Qué querés pedirle?

Mientras agoniza clavado en la cruz, Jesús nos da su mayor regalo: María. Le dice “Mujer, mira a tu hijo, Hijo, esa es tu madre”. En sus últimos momentos de vida, Él se acordó de nosotros y nos dejó a Su madre. Te invito, cuando termines de leerme y pases a darle un beso a la Cruz, a hacer este gesto de humildad de besarla sabiéndote necesitado de esta Madre que Jesús decidió dejarte. ¿Sos conciente de que podés recurrir a María cuando la necesites (y cuando no también)? ¿Qué le pedirías hoy? … Levantá la mirada, mirá a María que está acompañando a Jesús en Su muerte y pensá en esas personas que están acompañando a otras en su sufrimiento: mujeres que acompañan a sus hijos presos, madres acompañando a enfermos terminales, pensá en esas madres que acompañan a sus hijos desde el silencio viendo que se equivocan eligiendo algo que no les hace bien, pensá también en tu madre… rezá por todos ellos y cuando beses la cruz te invito a dejarlos ahí también, a los pies de Jesús. La palabra “hijo” de Jesús no se queda sólo en Juan, sino que nos abarca a todos: vos sos Juan, tu hermano es Juan, tu amigo, tu novia, tu enemigo, ese que no podés ni ver… todos somos “hijos” de María. Jesús nos conoce, sabe que necesitamos una madre… Como lo hizo con Jesús, María está siempre parada al pie de nuestra cruz. María es madre de nuestra fe, madre de nuestra Iglesia: la necesitamos en nuestra familia.

Jesús le hace una pregunta a su Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste?”. Muestra ese sentimiento tan humano de sentirse abandonado. Con esta palabra se muestra hermano de todos nosotros. No tiene miedo de acudir a Dios y preguntar “por qué”… Muchas veces nos puede pasar que nos cuesta preguntarle a Dios y buscamos respuestas en otro lado. No tenemos que tener miedo de poner todos nuestros “por qué” en manos de Dios. Como Jesús lo hizo en ese momento, nosotros también estamos invitados a preguntarle a Dios todas nuestras dudas. Ayer estuviste buscando dentro tuyo esa semilla que representa tus dudas, tus preguntas: te invitamos a que, al momento de acercarte a besar la cruz, dejes en ese beso también todas tus dudas. En ese momento Jesús no recibió una respuesta de Dios Padre, sólo el silencio… pero confió y siguió amando. ¿Te animás a confiar en estos momentos de duda? ¿Te animás a amar en el tiempo de los intentos, donde parece que nada tiene una respuesta y nada nos sale como queremos o esperamos? ¿Qué cosas hoy no tienen respuesta para vos? Confiá. Amá. En Jesús tenemos el ejemplo de que se puede.

La única queja que Jesús hace sobre su dolor físico es: “Tengo sed”. Pero esta sed es además sed de paz, sed de amor, sed de caridad, sed de justicia… Con ese grito Jesús habla de parte de todos los hombres sedientos y nos pide que le demos de beber, que aliviemos un poco su dolor con amor. El joven rico también tuvo sed: sed de Dios. Él lo mandó a saciar a los pobres, a los más sedientos entre los sedientos: “sólo te falta una cosa: ve, vende todo lo que tengas y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el Cielo”, le dijo Jesús. Tenemos que saber que hay pobreza de todo tipo: pobreza material, pobreza de alegría, de perdón, de compañía, de espíritu, de solidaridad…  A vos, ¿cuáles son los pobres que te rodean? ¿De qué están sedientos ellos? ¿Cómo podés saciar su sed? ¿Y vos? ¿Cuáles son tus pobrezas? ¿De qué estás sediento? Así como hay gente que necesita que la sacien, vos también a veces podés andar necesitando ser saciado… En la cruz donde Jesús da agua de Vida al ser atravesado por una lanza, te invito a entregar toda tu sed para que así pueda saciarse.

Jesús dice: “Todo está cumplido”. Cumple su misión hasta el final, tiene la alegría de haber cumplido siempre la voluntad de Su Padre. Nosotros también formamos parte de ese plan perfecto de Redención: Jesús necesita de nuestra ayuda para cumplirlo -pero no estamos solos, somos parte de ese proyecto-. ¿Te sentís parte del proyecto de Dios? ¿Cuál es tu misión? ¿Para qué estás llamado? ¿Qué estás llamado a ser?

Antes de morir, Jesús le dirige Su última palabra al Padre: “En tus manos encomiendo mi espíritu”. En realidad, toda Su vida fue una oración continua al Padre. Gracias a eso pudo hacer semejante entrega y sacrificio. En el punto crucial de Su entrega, sigue rezando.  Nos muestra con Su vida que sin oración no es posible hacer una entrega por los demás.

Estas son las últimas Palabras que nos dejó Jesús antes de morir. Te invito a que mires ahora la cruz de otra manera: ya no como un signo de sufrimiento sino como un signo de Su amor hacia nosotros. 

Te propongo que le escribas tu propia oración, con tus palabras. Pensá en tu cruz y en la de tus seres queridos. Ponela a Sus pies. Tomá una o dos de las siete palabras de Jesús -tomate un rato para rezarlas, para hacerlas propias-.  Poné tus preguntas en Sus manos, agradecele por Su amor y perdón. Buscá una forma de saciar Su sed, ya sabés que en la cruz de Jesús podés saciar la tuya… Esta es tu oración para Jesús en la cruz, ¿qué mejor manera de adorarlo que con tus palabras, con tu vida?

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