Viernes
Santo. Un día como hoy Jesús dio su vida por nosotros. Jesús, HOY, da Su vida
por amor. Venimos a adorar Su cruz... ¿Su cruz? La cruz es un elemento de
tortura, el peor lecho de muerte posible, destinado sólo a los criminales –a
los que eran considerados los peores en la sociedad-. Jesús transformó la cruz
en símbolo de amor, de perdón y de VIDA. Por esto adoramos Su cruz.
Para entender un poco mejor, te invito a escuchar las últimas palabras que Jesús nos dejó en la cruz. Son Su Testamento, regalos que resumen Su vida y nos muestran el camino para llegar a Su Padre. Son las siete palabras que dijo en Su Pasión para poder ser fuertes en nuestro Viernes Santo.
Para entender un poco mejor, te invito a escuchar las últimas palabras que Jesús nos dejó en la cruz. Son Su Testamento, regalos que resumen Su vida y nos muestran el camino para llegar a Su Padre. Son las siete palabras que dijo en Su Pasión para poder ser fuertes en nuestro Viernes Santo.
Jesús, el
hombre más santo de la historia, sufrió la injusticia más grande. Y en medio
del sufrimiento, dijo Su primer palabra en la cruz: “Padre, perdónalos; no
saben lo que hacen”. ¿Pero cómo los puede perdonar, si es injusto que
perdone a esos hombres que tanto mal le hicieron? ¡Que los castigue, que haga
justicia! ¿Perdonarlos? ¿Disminuir la ofensa que le hicieron? ¡¿“no saben lo
que hacen”?! Todo esto parece ridículo. La única clave para entender este
perdón es el amor: Jesús perdona así porque NOS AMA. Con ese amor es que Jesús
borra las diferencias, achica el problema, perdona de verdad. Nos pide que
perdonemos siempre y para esto nos muestra el camino del verdadero perdón.
Al lado de
Jesús había dos ladrones crucificados, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Estos dos ladrones nos representan a nosotros, con nuestras cruces y nuestros
dolores. Uno de ellos le pide que se acuerde de él cuando esté en el Cielo. Y
Jesús le responde: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Jesús nos da la
esperanza del Cielo y así alivia nuestro dolor, el peso de nuestra cruz. Jesús,
en Su último momento, aún en un instante de muchísimo dolor físico y emocional,
es capaz de salir de sí mismo y atender la petición que se le hace. Ve en el
ladrón su fe y su arrepentimiento sincero… así como el ladrón, que le habló a
Jesús y le hizo un pedido desde la cruz, hoy vos frente a esta misma cruz de
Jesús: ¿Qué querés pedirle?
Mientras
agoniza clavado en la cruz, Jesús nos da su mayor regalo: María. Le dice “Mujer,
mira a tu hijo, Hijo, esa es tu madre”. En sus últimos momentos de vida, Él
se acordó de nosotros y nos dejó a Su madre. Te invito, cuando termines de
leerme y pases a darle un beso a la Cruz, a hacer este gesto de humildad de
besarla sabiéndote necesitado de esta Madre que Jesús decidió dejarte. ¿Sos
conciente de que podés recurrir a María cuando la necesites (y cuando no
también)? ¿Qué le pedirías hoy? … Levantá la mirada, mirá a María que está
acompañando a Jesús en Su muerte y pensá en esas personas que están acompañando
a otras en su sufrimiento: mujeres que acompañan a sus hijos presos, madres
acompañando a enfermos terminales, pensá en esas madres que acompañan a sus
hijos desde el silencio viendo que se equivocan eligiendo algo que no les hace
bien, pensá también en tu madre… rezá por todos ellos y cuando beses la cruz te
invito a dejarlos ahí también, a los pies de Jesús. La palabra “hijo” de Jesús
no se queda sólo en Juan, sino que nos abarca a todos: vos sos Juan, tu hermano
es Juan, tu amigo, tu novia, tu enemigo, ese que no podés ni ver… todos somos
“hijos” de María. Jesús nos conoce, sabe que necesitamos una madre… Como lo
hizo con Jesús, María está siempre parada al pie de nuestra cruz. María es
madre de nuestra fe, madre de nuestra Iglesia: la necesitamos en nuestra
familia.
Jesús le
hace una pregunta a su Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste?”.
Muestra ese sentimiento tan humano de sentirse abandonado. Con esta palabra se muestra
hermano de todos nosotros. No tiene miedo de acudir a Dios y preguntar “por
qué”… Muchas veces nos puede pasar que nos cuesta preguntarle a Dios y buscamos
respuestas en otro lado. No tenemos que tener miedo de poner todos nuestros
“por qué” en manos de Dios. Como Jesús lo hizo en ese momento, nosotros también
estamos invitados a preguntarle a Dios todas nuestras dudas. Ayer estuviste
buscando dentro tuyo esa semilla que representa tus dudas, tus preguntas: te
invitamos a que, al momento de acercarte a besar la cruz, dejes en ese beso
también todas tus dudas. En ese momento Jesús no recibió una respuesta de Dios
Padre, sólo el silencio… pero confió y siguió amando. ¿Te animás
a confiar en estos momentos de duda? ¿Te animás a amar en el tiempo de los
intentos, donde parece que nada tiene una respuesta y nada nos sale como
queremos o esperamos? ¿Qué cosas hoy no tienen respuesta para vos? Confiá. Amá.
En Jesús tenemos el ejemplo de que se puede.
La única
queja que Jesús hace sobre su dolor físico es: “Tengo sed”. Pero esta
sed es además sed de paz, sed de amor, sed de caridad, sed de justicia… Con ese
grito Jesús habla de parte de todos los hombres sedientos y nos pide que le
demos de beber, que aliviemos un poco su dolor con amor. El joven rico también
tuvo sed: sed de Dios. Él lo mandó a saciar a los pobres, a los más sedientos
entre los sedientos: “sólo te falta una cosa: ve, vende todo lo que tengas y
dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el Cielo”, le dijo Jesús. Tenemos
que saber que hay pobreza de todo tipo: pobreza material, pobreza de alegría,
de perdón, de compañía, de espíritu, de solidaridad… A vos, ¿cuáles son los pobres que te rodean?
¿De qué están sedientos ellos? ¿Cómo podés saciar su sed? ¿Y vos? ¿Cuáles son
tus pobrezas? ¿De qué estás sediento? Así como hay gente que necesita que la
sacien, vos también a veces podés andar necesitando ser saciado… En la cruz
donde Jesús da agua de Vida al ser atravesado por una lanza, te invito a
entregar toda tu sed para que así pueda saciarse.
Jesús dice:
“Todo está cumplido”. Cumple su misión hasta el final, tiene la alegría
de haber cumplido siempre la voluntad de Su Padre. Nosotros también formamos
parte de ese plan perfecto de Redención: Jesús necesita de nuestra ayuda para
cumplirlo -pero no estamos solos, somos parte de ese proyecto-. ¿Te sentís
parte del proyecto de Dios? ¿Cuál es tu misión? ¿Para qué estás llamado? ¿Qué
estás llamado a ser?
Antes de
morir, Jesús le dirige Su última palabra al Padre: “En tus manos encomiendo
mi espíritu”. En realidad, toda Su vida fue una oración continua al Padre. Gracias
a eso pudo hacer semejante entrega y sacrificio. En el punto crucial de Su entrega,
sigue rezando. Nos muestra con Su vida
que sin oración no es posible hacer una entrega por los demás.
Estas son
las últimas Palabras que nos dejó Jesús antes de morir. Te invito a que mires
ahora la cruz de otra manera: ya no como un signo de sufrimiento sino como un
signo de Su amor hacia nosotros.
Te propongo
que le escribas tu propia oración, con tus palabras.
Pensá en tu cruz y en la de tus seres queridos. Ponela a Sus pies. Tomá una o
dos de las siete palabras de Jesús -tomate un rato para rezarlas, para hacerlas
propias-. Poné tus preguntas en Sus
manos, agradecele por Su amor y perdón. Buscá una forma de saciar Su sed, ya
sabés que en la cruz de Jesús podés saciar la tuya… Esta es tu oración para
Jesús en la cruz, ¿qué mejor manera de adorarlo que con tus palabras, con tu
vida?
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