lunes, 25 de abril de 2011

Lunes después de Pascua (2011)

¡Hola! ¿Cómo estás después de estos lindos cuatro días? Ahora hay mucho silencio, ¿no? Es raro no hacer cola para comer ni para el baño. ¿Todavía estás esperando que te llamen para el trabajo en grupos? Sí, es duro el cambio. Pero se sigue adelante, en serio.

¡Se pasó muy rápido! Parece como si fuera ayer que los coordinadores te ponían la etiqueta sobre la bolsa y vos, sin entender nada, contabas las mejores vacaciones. Te decían que te animes a abrir tu corazón e ir al encuentro de Jesús… y quizás en ese momento no cazabas mucho de qué te estaban hablando, pero por alguna razón te sentías bien cuando te hablaban de Él.

Después te hablaron de la sociedad, de cómo somos todos nosotros los que formamos esa gran casa que tiene también aspectos que la hacen tambalear. Pero si reconocemos y no dejamos de lado lo que hay que mejorar, podemos hacer que la sociedad sea más fuerte. Y no dudes de que eso empieza por uno mismo. Como veían antes en el frasquito con la esencia, estamos hechos de características que forman lo más profundo de uno mismo. Muchas veces queda oculto por las etiquetas o las cruces, pero sigue estando y no desaparece. La esencia permanece más allá de lo que se dice de nosotros o de lo que nos pasa en la vida. Más allá de materias del colegio, de nuestra manera de vestirnos, peleas con hermanos, amigos, novio/a… esa esencia nos define en nuestro interior: está en vos hacer el esfuerzo para mostrarla a los demás. Es auténtica, y por eso una vez que la das a conocer es mucho más fácil llevarla en el día a día. Jesús mostró Su esencia todos los días y los que lo conocían no dudaban de que Él estuviera siendo fiel a lo que lo formaba en Su interior.

A veces cuesta bastante mostrarse como uno es en medio de condenas, etiquetas, acusaciones, críticas… pero no tenemos que olvidarnos de la gota de agua bendita que hay en nuestro frasquito. Dios nos hizo valiosos a cada uno de nosotros y no nos ve como una masa de gente homogénea. Nos reconoce a cada uno por su nombre y sabe lo que pasa en nuestro interior aunque nosotros no lo expresemos. Sabe cuál es nuestra sonrisa de verdadera felicidad y la sonrisa que no es sincera. Sabe por qué lloramos cuando a veces no lo sabemos ni nosotros mismos. Sabe cuándo es que salimos lastimados y nadie se da cuenta. Y es ahí cuando no tenemos que bajar los brazos: no sacar la mirada de Jesús, como hablábamos hace unos días. Mantener nuestra mirada en Él como la pecadora que, sin importarle lo que los demás decían de ella, se la jugó y fue al encuentro de Jesús... Es clave buscar eso en el día a día. Hoy no tenemos a nuestro grupo para compartir y expresar lo que nos pasa como en Pascua, pero sí tenemos amigos, papás, hermanos, grupos de misión, grupos de confirmación. En Pascua escribimos y compartimos los dolores para no soportar sólos la carga y experimentamos que haciéndolo nos sentíamos más livianos. La sonrisa costaba menos y el buen humor salía sólo. Ahora Jesús se encargó de dejarles a otros esa tarea y podemos contar con algún sacerdote para confesarnos y contarle todo lo que nos preocupa. Esos pecados o preocupaciones que no expresamos ocupan lugar en nuestra cabeza y en nuestro corazón: Jesús te invita a desocupar ese lugar para dejar entrar nuevos asuntos y seguir adelante.

Es difícil acordarse de todo lo vivido en Pascua durante el año… acordarse de los compromisos que hiciste con vos mismo o con Dios para no olvidarte de vivir con alegría, amor y compañerismo como en estos días de Pascua. ¡Pero en Pascua es tan fácil! En Pascua ser bueno es mucho más fácil que en casa, en Pascua ves a Jesús hasta en las cortinas, pareciera que el volver es un desafío a tu paciencia. Por eso te propongo un par de cosas:

-Que pienses en alguien que necesita una mano en algún aspecto de su vida y le ofrezcas tu ayuda desinteresadamente. Así vas a ver cuánto más fácil es verlo a Jesús (una ayuda: si te cuesta entender a esa persona, ofrecésela a Dios en la oración).

- Que pienses una virtud que hayas vivido en vos mismo en estos días y te comprometas a desarrollarla durante todo este año hasta que nos volvamos a encontrar. Vas a ver que al practicarla se te va a hacer un hábito y va a salir sóla.

Ahora te invito a cerrar este rato de oración charlando con Dios sobre estas cosas que acabamos de mencionar. No te quedes con ganas de decirle nada y, cuando termines, rezá un Padre Nuestro. Último consejo: si encontrás en este modo de oración una buena herramienta para hablar con Dios, aprovechala más seguido…

¡¡¡Nos vemos en el reencuentro!!!

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