miércoles, 2 de abril de 2008

Jueves a la tarde (2008)

Y acá estamos, por empezar nuestro segundo desierto del día. Lo primero que tenés que hacer ahora, es encontrar un lugar donde vos estés cómodo, pero presentable, no te olvides que también se reza con el cuerpo. Busca un lugar alejado de ruidos molestos o cosas que te puedan distraer. No te sientes con amigos, este es un momento solamente para vos, donde te vas a encontrar con Jesús. Así como Él se iba al desierto para encontrarse con su Padre Dios, vos también tenés que alejarte de todo.


Ahora te invito a que te pongas en su presencia... En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén. Ahora ya estas en condiciones de empezar...


En lo que viene de la tarde venís trabajando el tema de las miradas, el cómo miro, o cómo me miran. Al principio parecía fácil, creías que no había tantas formas de mirar. Tenes un solo par de ojos, por qué habrían de andar mirando diferente ¿no? Pero a medida que la tarde avanzaba, te fuiste dando cuenta que cada situación de tu vida es diferente, y si cada situación es diferente, por qué no habrían de serlo las formas de mirar estas situaciones. Yo te puedo asegurar que vos no miras de la misma manera a una mina/pibe que te cruzas en el boliche y pensas “ooooopa” que como miras a tu novia/o. Así como tampoco miras de la misma manera a tú mamá o a tus hermanas, o a un amigo que no veías hace mucho. Y ni hablar de como miras a tu hermano cuando están haciendo algo juntos y la están pasando bárbaro, que cuando se están peleando y tenes ganas de romperle el cuello. Y así podría seguir mucho tiempo. Yo te aseguro que absolutamente TODAS las miradas son diferentes.


Cada mirada significa algo. Hay algunas que piden a gritos una mano. Hay otras que transmiten el apoyo incondicional en momentos duros. Hay algunas que transmiten paz, otras alegría, otras tristeza, otras enojo, otras furia. Nosotros debemos estar atentos a las miradas del prójimo, porque son las que nos transmiten realmente su situación, son las que nunca mienten. Son las que lo dicen todo. ¿Por qué crees que de chico, cuando tu mamá sabía que mentías te pedía que la miraras a los ojos y le dijeras la verdad? Porque una mirada siempre dice la verdad. Pero hay muchas veces que estamos demasiado “ocupados” como para estar mirando, en momentos así es cuando vamos por la vida viendo, porque no nos animamos a mirar en serio, no vaya a ser que nos crucemos con la mirada desesperada de un amigo y tengamos que parar a ayudarlo. No vaya a ser que nos demos cuenta de que nuestra realidad en verdad no es tan placentera como creíamos, o que nuestra vida no es tan perfecta como pensábamos. Por eso es que a veces es más fácil ver que mirar. Pero de esta manera nos llevamos la vida por delante, no vamos disfrutando de la misma. Qué más lindo que después de un logro personal, mirar a tu papá o a tu mamá y ver que tiene los ojos llenos de lágrimas y te mira con orgullo. Si de verdad miramos, nuestra vida va a ser mucho más placentera y linda. Vamos a tener la oportunidad de darnos cuenta de cuando un amigo esta mal y vamos a poder ayudarlo. Por eso vamos juntos a pensar un rato:


¿Cuándo fue la última vez que viste una mirada triste en un amigo? Una de esas miradas que te parten el alma en cuanto las ves.


¿Qué hiciste? ¿Les diste una mano o seguiste con tu vida?


¿Cuándo fue la última vez que te diste cuenta de que un amigo necesitaba hablar con vos porque estaba mal?


¿Cuándo fue la última vez que te diste cuenta de que tu hermano/a estaba pasando por un mal momento?


Pero con todo esto, también aparece el cómo vos miras al resto, todo este mismo tipo de miradas se da a la inversa. Por eso ahora te pregunto. ¿Vos, te dejas mirar como realmente sos? Pero no solo al resto, a vos mismo, ¿O te engañas pensando en que sos una persona completamente diferente a la que sos? Que pregunta ¿no? Muchas veces pasa que creamos una imagen nuestra tan buena que ya nos la creemos hasta nosotros mismos. Muchas veces la imagen que creamos nos tira para arriba, haciéndonos creer que somos mucho mejores de lo que en realidad somos. Pero otras veces, nuestra imagen nos tira para abajo, haciéndonos creer que somos mucho peor personas de lo que realmente somos, y eso esta igual de mal que lo anterior. Por eso te vuelvo a preguntar de nuevo, y te pido que ahora te tomes un tiempito antes de contestar, ¿vos, te miras como realmente sos? Y si de verdad te miras como sos, ¿Te mostras como sos también? ¿Si? ¿No? ¿En qué situaciones?


Tenés que darte cuenta de que una mirada puede cambiarlo todo. Con una mirada de ánimo a un amigo que viene medio bajoneado podes hacerle el día. Pero también esta el otro tipo de miradas, el que hace las cosas completamente a la inversa, estas son las miradas que lastiman: las miradas con enojo, con rabia, con rencor por aquello que nunca perdonaste, muchas veces hasta con prejuicio.


¿Cuál es el tipo de mirada que más frecuentas? ¿las de enojo? ¿las de paz? ¿las de rabia? ¿las de tranquilidad? ¿las de compasión? ¿las de perdon? Ahora quiero que pienses en qué situación y con quién utilizas cada mirada, tomate tú tiempo, no te apures a contestar... si querés a continuación hay una hoja en blanco para que puedas ir escribiendo...


Y que pasaría si te digo que cada vez que miras a alguien, ya sea un amigo, un familiar, un mendigo, o cualquier persona que te cruzas por la calle, estás mirando a Jesús. Sí, a ese mismo Jesús que probablemente lleves colgado en el cuello, o que veas todos los domingos sobre el altar entregándose en Cuerpo y Sangre. Y sí, como te dijeron desde que eras chico, Jesús está en cada uno de nosotros, y entonces..., ¿cambiarías alguna de tus miradas hacía alguien? ¿cuál/es? ¿por qué? ¿por qué tipo de mirada la/s cambiarías?


Pero también está la posibilidad de mirarlo directamente a Él, de mirarlo directamente a los ojos. Y a lo que más apunto con esto, es a que vos logres darte cuenta de cómo miras a Jesús. ¿De qué forma lo miras? ¿Cómo un Dios distante al que solo acudo cuando estoy mal? ¿O como a un amigo al que no solo acudo cuando estoy mal, si no que también (y sobre todo) cuando las cosas me están saliendo bien?


Y tampoco podemos olvidarnos que este mismo Jesús nos está mirando constantemente, y que, a diferencia nuestra, Él está SIEMPRE pendiente de nuestras miradas, Él está atento a cómo miramos y a quién. Y lo mejor de todo es que encontrar esta mirada directa es bastante más fácil de lo que creemos, ya que es una mirada que está constantemente a nuestra disposición, lo único que necesitamos es querer encontrarla. Jesús nos busca apasionadamente.


Ahora te invito a leer unos pasajes de la Biblia en los que muestra como Jesús miraba a sus apóstoles:


“Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera” Jn.1, 48

Esto es lo que le dice Jesús a Natanael cuando lo llama a seguirlo.


“Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron. Pasando de allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barca con Zebedeo su padre, que remendaban sus redes; y los llamó. Y ellos, dejando al instante la barca y a su padre, le siguieron.” Mt. 4, 18-22

Este último texto es el llamado a los primeros apóstoles.


Si nos damos cuenta, en ambos textos la mirada de Jesús inspira una tranquilidad y una confianza plena, no cualquiera logra que con una sola mirada dejes todo y lo sigas. No cualquier mirada demuestra un conocimiento total sobre otra persona como la de Jesús a Natanael. Y en ambas miradas hay, también, implícita una misión, un llamado. Jesús siempre mira para sacar lo mejor de cada uno de nosotros, para ayudarnos a descubrir y a desplegar la misión que El mismo puso en nuestro corazón. La suya es SIEMPRE una mirada de amor que nos afirma en el ser. La mirada de Jesús elige, invita, llama.


¿Alguna vez sentiste esta mirada de Jesús? ¿qué sentiste? ¿tranquilidad? ¿miedo? ¿qué te decía? ¿qué te pedía? ¿a qué te llamaba? ¿qué elegiste hacer al respecto?


Y si no la sentiste todavía, ¿te gustaría sentirla? ¿por qué? ¿y qué estas esperando entonces? Ya sabes lo que tenés que hacer, ahora lo único que falta es que lo hagas. Y que mejor manera de empezar que en una misa. Como ya te dije hace un ratito, Jesús se hace presente todos lo días en misa, nada más ni nada menos que en la Eucaristía, así que, ¿qué mejor lugar para encontrar su mirada que el lugar donde El se hace presente? Te invito a que en esta misa que viene, trates de encontrar su mirada, que prestes especial atención haciendo mucho silencio interior para facilitar el encuentro. Y si no es en esta misa, será en la siguiente, o en la otra, pero nunca dejes de intentarlo.


Ya casi terminamos, te pido un último esfuerzo, lee el siguiente cuento que se sitúa luego de la tercer negación de Pedro cuando Jesús estaba por ser sentenciado a morir crucificado.


La mirada de Jesús


En el Evangelio de Lucas leemos lo siguiente:


Le dijo Pedro: "¡Hombre, no sé de qué hablas!". Y en aquel momento, estando aún hablando ,cantó el gallo, y el Señor se volvió y miró a Pedro… Y Pedro, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente.


Yo he tenido unas relaciones bastante buenas con el Señor. Le pedía cosas, conversaba con Él, cantaba sus alabanzas, le daba gracias…


Pero siempre tuve la incómoda sensación de que Él deseaba que lo mirara a los ojos…, cosa que yo no hacía. Yo le hablaba, pero desviaba mi mirada cuando sentía que Él me estaba mirando.


Yo miraba siempre a otra parte. Y sabía por qué: tenía miedo. Pensaba que en sus ojos iba a encontrar una mirada de reproche por algún pecado del que no me hubiera arrepentido. Pensaba que en sus ojos iba a descubrir una exigencia; que había algo que Él deseaba de mí.


Al fin, un día, reuní el suficiente valor y miré. No había en sus ojos reproche ni exigencia. Sus ojos se limitaban a decir: "Te quiero". Me quedé mirando fijamente durante largo tiempo. Allí seguía el mismo mensaje: "Te quiero".


Y, al igual que Pedro, salí fuera y lloré.


Así de sencilla es la mirada de Jesús, es una mirada que dice tanto con tan poco. Donde lo único que le importa es hacernos saber que el nos quiere, y saber que nosotros también lo queremos a El. Así fue como se lo hizo saber a Pedro en la última cena:


Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». El le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos». Le volvió a decir por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». El le respondió: «Sí, Señor, saber que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas». Le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas. Jn 21, 15-17


Por eso es que cada uno tiene que descubrir en su corazón esta mirada de Jesús. En este mundo que parecería que todo se compra o vende, la mirada de Jesús es gratuita, es una mirada de amor que me hace más persona. Jesús nos regala la posibilidad de sentir esta mirada siempre, absolutamente todos los días de nuestra vida. Podemos, como dije hace rato, encontrarla en la Eucaristía, así como también en su Palabra. Y no nos olvidemos de que está la posibilidad de encontrar su mirada en todas las personas que nos rodean. Este encuentro no es tan directo como los anteriores, pero como ya te habrás dado cuenta, no por eso menos digno o menos lindo. Por eso hay que estar siempre atento a la mirada del prójimo porque no querer sentir esta mirada, no querer experimentarla es un verdadero desperdicio. Y no aprovechando esta posibilidad de encuentro estaríamos despreciando uno de los regalos más lindos que se nos dio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario