martes, 1 de abril de 2003

Jueves a la mañana (2003)

Antes de empezar este desierto, este encuentro con uno mismo y con Dios, buscá un lugar cómodo y alejado, relajate, tomate unos minutos de silencio para calmar las ansias o para despertarte un poquito más y rezá una oración o leé un pasaje del Evangelio que te guste para acallar los ruidos y prestarle toda tu atención a Dios.

Cuántas veces, en el "partido" de la vida, paramos la pelota para ver cómo está parado el "rival"; qué es lo que viene; cómo conviene afrontarlo; cómo puedo hacer para pasar a través de ese sinfín de situaciones saliendo lo mejor parado posible.

Y cuán pocas veces se nos ocurre mirar a nuestros "compañeros", a los que siempre están al lado nuestro. No sólo nuestra familia, (que también es muy importante), sino también nuestros amigos. Esas personas que Dios nos puso en nuestro camino para que los elijamos, y así marchemos junto con ellos. ¿Quiénes son? Te propongo que hagas una lista de esas personas tan especiales que vos mismo elegiste para que de alguna forma te acompañen en esta reflexión.

 

Jesús dijo a sus discípulos:

«Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.

No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.»

                                                                                                                      Jn.15,12-17

 

Como Cristo eligió a sus discípulos, nosotros elegimos a nuestros amigos. Nosotros decidimos a quién abrirnos; con quién compartir nuestra vida; a quién contarle nuestros miedos, proyectos, logros y fracasos.

¿Nunca te preguntaste por qué a ellos le podés decir todo y a otros no te sale decirles nada?

Te invito a meditar esta pregunta: ¿Qué es lo que tienen ellos y no tiene el resto? Para hacerlo te propongo recordar cómo, dónde y cuándo fue que los conociste. Tomate unos minutos, reflexioná detenidamente acerca de cada uno de ellos y respondé estas preguntas.

Recorriendo esas instancias de tu vida te habrás dado cuenta lo difícil que es  explicar dónde está lo que los hace especiales. Pero seguramente te es muy fácil ver que ellos siempre estuvieron cuando más lo necesitabas. Te ayudaron a levantarte y seguir cuando te caíste. Acudieron primero cuando necesitabas ayuda aunque no la hubieses pedido. Te dieron su amor y cariño sin pedirte nada a cambio, sin otro interés que verte mejor y hacerte saber que siempre iban a estar cuando los necesites.

Te propongo que hagas una línea de tiempo y pongas tanto los momentos en que conociste a tus amigos, como aquellos en los que estuvieron para darte ánimos. Tomate varios minutos, apuesto que los vas a necesitar.

Si mirás el final de tu línea de tiempo te vas a encontrar en este momento: sentado, haciendo este desierto en Pascua Joven, viviendo un momento muy especial en la vida de Cristo, el gran amigo que Dios nos dio para que nos acompañe y así nunca nos sintamos solos.

¿Te acordás como entró Cristo en tu vida? ¿Sentís su presencia en el día a día? Te pido que reflexionés unos minutos y pongas en tu línea el momento en que Cristo entró en tu historia y los momentos en que te sentiste acompañado por Él.

Podrás ver que varias de las veces en que estuvieron tus amigos, también estuvo Cristo. Es más; si volvés a los momentos en que estuvieron tus amigos, te vas a dar cuenta que en todas esas ocasiones estuvo Él: a través de ellos, en sus gestos, sus palabras de aliento, sus miradas esperanzadoras.

Él nos da el ejemplo de como llevar nuestra amistad. Lo podemos ver de una forma clara en varios pasajes del Evangelio:

“Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a sacárselos con la toalla que tenía en la cintura.”...

 María llegó adonde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto".

Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: "Dónde lo pusieron?". Le respondieron: "Ven, Señor, y lo verás".

Y Jesús lloró.

Los judíos dijeron: "¡Cómo lo amaba!".

Pero algunos decían: "Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?". 

(Jn 11:32-38)

 

...En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que ‚él a la otra orilla, mientras ‚él despedía a la multitud.Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.

La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman.”...   (Mt 14:22-27)

Jesús nos demuestra a través de su pasión que no hay mayor amor que dar la vida por los amigos. No sólo en sentido literal, sino también pensando cómo no hay mayor regalo para darle a un amigo que uno mismo, con nuestros límites, dones, defectos y pecados.

La amistad es un camino de amor que se construye con personas muy especiales. Animémonos a recorrerlo en forma plena. Mientras nos mostremos a nuestros amigos tal cual somos, más los vamos a poder ayudar y menos nos va a costar hacerlo.

Si "la medida del amor, es amar sin medida" no tengamos miedo de hacerlo. Cuando veamos que nos cuesta mucho, miremos a Cristo, miremos su cruz, recurramos a Él a través de la Eucaristía, de la Reconciliación, en la oración o como mejor nos resulte. Él es el amigo incondicional, quien nos amó primero y nos brindó los amigos que hoy nos acompañan.

Para terminar, te pido que agarres nuevamente la lista y reces por cada uno de tus amigos. Pensá detenidamente en su situación actual, y pedile a Dios que lo ayude en lo que te parece que más le hace falta en este momento.

Después, te invito a que vayas a la capilla delante del Santísimo, permanezcas unos minutos en adoración delante de Jesús sacramentado, y le pidas una vez más que sea tu amigo, una parte fundamental de tu vida.

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