viernes, 4 de abril de 2003

Viernes a la tarde (2003)


Va cayendo la tarde, y el Jesús crucificado, ese mismo que hace unas horas cargó con la cruz, esa que se la hicimos tan pero tan pesada, ese Jesús sufriendo al que apenas puedo mirar a los ojos, clavado en esa cruz por la angustia y dolor que hoy me causa, ese mismo ahora me invita a hacer este rato de desierto.

Quizás hayas hecho otros desiertos antes, quizás no. Quizás hayas tenido otros ratos de reflexión, de oración, o de retiro. Pero seguro que este desierto, de este Viernes Santo de 2003, no lo tuviste. Así que ésta es la primera y única oportunidad que vas a tener de vivir hoy este desierto al que te invita Jesús, y por eso es única. Decidí antes si querés aprovecharlo, o si es así preparate por dentro para esto.

No te preocupes si te cuesta, si de a ratos te distraés, si no sabés cómo. De a poco vas a ir encontrando tu propio desierto. No creas que este rato de soledad es para aislarse y evadirse de la realidad. Todo lo contrario. La soledad es la que posibilita el encuentro en intimidad con Dios. Pero este rato sí implica tener que concentrarte, y no hablar, mirar o pensar en otras personas. Este rato es entre vos y Jesús.

Jesús también fue al desierto, y como se supone que lo buscamos y queremos seguir -porque por eso estamos en Pascua Joven-, tenemos que tratar de imitarlo, no? Jesús se iba al desierto seguido para encontrarse con Dios. No iba al desierto a buscar paz, sino que buscaba en soledad la intimidad profunda con Dios.

Hoy viviste quizás como nunca su calvario y su muerte, y entendiste algo o mucho más lo que sufrió y entregó por vos. Seguramente también te diste cuenta que no lo seguiste tanto, y no entendés por qué pasó. Y de eso se trata este rato de desierto: de encontrarte primero con vos mismo, reflexionar un poco por qué estás en algunos o muchos aspectos lejos de Jesús, más precisamente por qué en tu vida real, la persona de Jesús y algunos caminos de vida que te propone no te copan tanto, y por eso no los seguís. Y conversarlo con Él.

Porque la verdad es que si Jesús, su vida y los caminos que nos propone nos llamaran tanto, seríamos tan distintos... ¿O no? ¿Por qué no nos volvemos locos por seguir las propuestas de vida de Jesús? ¿Por qué? Entender esto nos va a servir a ver donde estamos parados, lo que en la realidad sentimos, lo que sinceramente pensamos, y a partir de ahí podremos pensar cómo acercarnos a Él. ¿Seguís adelante?

En este rato te proponemos tomar algunos aspectos de tu vida, y pensarlos a la luz de este Jesús que acaba de morir por vos por lo tanto pero tanto que te quiere. La idea es tomar algunos ejemplos, y que vos sigas en silencio con otros que creas que tenés que pensar. Por ejemplo:

 

·                     Jesús me invita a tener una relación personal con Él: Nosotros a veces pensamos y decimos que creemos en Él, que lo queremos, que nos gustaría conocerlo más. “Jesús es un amigo, por supuesto”, decimos. Y claro que si nos dijeran que va a aparecer en persona en tal lugar no dudaríamos en ir! Pero ¿qué me pasa que aparte de las veces que voy a Misa, ni tomo conciencia que es Él mismo, y pocas o nada de veces a la semana le dedico un rato largo de oración a Él y nadie más? ¿Cuántas veces me pasa que cuando se me ocurre rezar un rato, enseguida me aparece algo urgente, importante, que no puedo dejar para después urgencias? Él puede esperar, claro, salvo, por supuesto, cuando necesito algo... En realidad, ¿Lo quiero realmente? ¿O no estoy tan convencido que para amarte y seguirte tengo que conocerte? ¿O en el fondo, no me atrae rezarte y conocerte?

Me tomo unos minutos para pensarlo y contarle a Jesús qué me pasa....

 

·                     Jesús me invita a imitarlo empezando por casa: A todos nos pasa que fuera de casa somos, en algunos aspectos, distintos que con nuestra familia, con quien convivimos. Mi familia conoce cómo somos, y por eso tenemos menos problema en dejarnos guiar frente a ellos por nuestros propios intereses, y a hacer lo que sentimos. A veces soy consciente que esto es medio incoherente, que de esta forma soy desagradecido con quienes me vienen dando todo, empezando por la vida y siguiendo por el techo, comida, educación, y sobre todo amor, pero me cuesta... Jesús, vos que me proponés honrar a mis viejos, ayudarlos, bancarlos, preocuparme por lo que necesitan de nosotros, decirle que los quiero, ¿por qué me cuesta tanto esto, esforzarme en casa, ser servicial? ¿Es que no te creo tanto que estando pendiente de cómo están mis hermanos, de estar cerca de ellos, así voy a ser feliz?

Me tomo unos minutos para pensarlo y contarle a Jesús qué me pasa....

 

·                     Jesús me invita a involucrarme de algún modo con los más necesitados:  A lo largo de todo el Evangelio Jesús nos habla de su preocupación por los pobres, de su preferencia por ellos, de su invitación a comprometernos con ellos, que incluye mi propia austeridad. Todos sabemos que en nuestro país hay millones de pobres, incluyendo muchísimos de esos que no tienen qué comer. Y a veces parece que nuestra actitud fuera: “¿Y a mí qué?” Es cierto que por la edad que tenemos seguramente no hicimos nada para que ello ocurra, pero de a poco vamos teniendo libertad y por lo tanto responsabilidad para comprometernos de algún modo desde nuestro lugar. ¿Por qué tendemos a veces a no mirar esta realidad? ¿Por qué no nos llama ir pensando en qué podremos involucrarnos con esto? ¿Por qué Jesús me cuesta reconocerte en el rostro de los pobres, niños, ancianos, cartoneros...?

Me tomo unos minutos para pensarlo y contarle a Jesús qué me pasa....

 

·                     Jesús me invita a trabajar los talentos que me regaló: ¡Cuántos jóvenes no tuvieron, tienen ni tendrán nunca la posibilidad de estudiar y gozar de las oportunidades que esto da! ¡Cuánta necesidad tiene el país de jóvenes que se tomen las cosas en serio, que estudien, se rompan y trabajen por el bien común! Y a mí, Jesús, que tengo estas posibilidades (aunque en realidad no sé bien por qué yo sí y a otros no...y mejor ni pregunto....), y gratuitamente porque yo no hice nada para ello, me cuesta entender y que me atraiga aprovechar esta oportunidad, tomarme el colegio en serio, esforzarme todo lo que pueda para poder algún día poner todo esto al servicio de los demás. ¡Cuánto me cuesta esto....! ¿Por qué no me llama tanto tu invitación a sembrar todo esto que me regalaste, poniendo todo mi esfuerzo en el estudio? ¿Por qué me gana la pereza y la indiferencia?

Me tomo unos minutos para pensarlo y contarle a Jesús qué me pasa....

 

·                     Jesús me invita a valorar y respetar mi cuerpo y dignidad, y los de los demás: Todos somos a veces como Pedro cuando negó tres veces conocer a Jesús, en muchos aspectos. Si rascamos un poco en el Jesús que nosotros creemos y vivimos, seguramente encontraremos algunos caminos difíciles, o los que rechazamos porque no los entendemos o nos parecen exagerados. Por eso finalmente tomamos los caminos que a nosotros nos “cierran”, que encajan en lo que nosotros queremos que sea Jesús, la Iglesia, y por sobre todo, que los “sintamos”. Sé Jesús que para vos mi cuerpo y mi dignidad valen en serio, y también los de los demás, mi novia, novio.... Pero cuando estamos solos, o voy a bailar, está oscuro y demás, me parece o quiero creer que no puedo controlar mis pasiones, y hago y me dejo guiar por lo que siento, y punto. No quiero pensar en lo que vale el otro, en su dignidad, en el significado y compromisos que tienen que tener los gestos de mi cuerpo... Y termino actuando tan distinto a lo que me gustaría en este momento.... ¿Por qué, Jesús, no me atrae respetar y valorar la persona y cuerpo del otro, y no tenerlo como un objeto de placer? ¿Por qué prefiero no entender lo lindo que hay detrás de estas propuestas tuyas?

Me tomo unos minutos para pensarlo y contarle a Jesús qué me pasa....

 

Bueno, obviamente todos tenemos estos interrogantes e incoherencias, y Jesús quiere ayudarte. Es claro que nosotros le fallamos una y mil veces, pero Él nunca. Es como una limitación que tiene: es tan fiel y nos quiere tanto que no puede dejarnos, y siempre está al lado y nos invita a estar con Él, a conocerlo y seguirlo. Siempre. Pero siempre siempre. Y como además nos creó para hacernos felices, todo lo que nos propone necesariamente lleva a eso, por más que nos cueste o que no lo veamos. Por eso es importante ver qué me está impidiendo hoy conocer y seguir los caminos de Jesús. Y este es un tiempo justamente de Encuentro con Jesús.

Mirá, a medida que uno sigue creciendo la elección de los caminos de vida por lo general se hace por lo que cada uno piensa y siente por sí mismo. Jesús nos hizo libres, sí, pero quiere que usemos esa libertad bien y que optemos haciéndonos cargo de las opciones que elegimos. Y Jesús nos propone siempre las suyas.

Para seguirlo a Jesús tenemos que conocerlo, y sobre todo dejarnos amar por Él. Esta experiencia de su Amor, particular por vos, va a ser que su Persona te desarme y recree el corazón, hará que todos sus caminos te vayan atrayendo y atrapando. Hoy reviviste lo presente que se hizo Jesús en tu vida, y lo que hizo por vos. Dejate amar por Él, que te confirme su Amor de Padre... Él sabernos hijos de Él transforma nuestra realidad, la manera de mirarla y encararla, y recuperamos el sentido de las cosas y de la vida.

En este rato de desierto te propongo repensar todos los temas que vimos en este rato de desierto a la luz de esto. Los “por qué” que tenés abiertos van a ir encontrando respuestas a partir de tu Encuentro con Jesús. Y pensá otros aspectos de tu vida que también siguen un camino distinto al que Jesús te propone, y contáselos. Él los toma, se los lleva a la cruz, los abraza junto con vos y te va a ayudar a convertirlos.

Pedile también al Espíritu Santo que produzca ese encuentro con Él, y que te regale la gracia de amarlo más, nacer de nuevo y seguirlo con firmeza. Te dejo dos oraciones que pueden ayudarte en tu diálogo y meditación.


Sabrás del dolor y de estar solo

y de la pena de estar con muchos.

Sabrás de la soledad de la noche

y de la longitud de los días.

Sabrás de la espera sin paz

y de aguardar con miedo.

Sabrás de la traición de los leales

y de la dura crueldad

de los que se sienten perfectos.

Sabrás que ya es tarde

y casi siempre imposible.

Sabrás de la deserción de los tuyos

y del desprecio de todos.

Sabrás que no se te perdona

y que nadie te entiende.

Sabrás que eres el último

y tal vez menos.

Sabrás también

que el dolor redime,

que la soledad cura,

que la fe agranda,

que la esperanza sostiene,

que el milagro olvida,

que el perdón fortalece,

y que todo está en ti,

y contigo está Él.

 

Juan XXIII

 

Señor crucificado,

Tú, para probarme que me amas,

no te perdonaste a Ti mismo mis pecados,

los que a mí perdonaste,

cargándolos en la Cruz.

 

Señor crucificado,

Tú, para probarme que me amas,

siendo Dios no te avergonzaste

de hacerte hombre, para reparar

mi vergüenza de confesarte mi Dios

ante los hombres.

 

Señor crucificado,

Tú, para probarme que me amas,

no sólo encarnaste en carne y sangre,

sino en angustia, soledad y abandono

y muerte de hombre.

 

Aviva, Señor, mi fe en que Tú me amas.

Para que al partir de la tiniebla de mi vida

al esplendor de Tu vida,

sienta se funda mi cruz en tu Cruz,

mi muerte en tu Muerte,

mi amor en tu Amor.

Así sea.

Pbro. Hernán Benítez.


No hay comentarios:

Publicar un comentario