lunes, 1 de abril de 2002

La vida como primer valor (2002)

Es posible que éste sea tu primer desierto. Desierto significa muchas cosas, pero en la experiencia de Jesús, el desierto siempre significó el lugar para estar solo. Pero una soledad que le abría el corazón al encuentro profundo con su Padre Dios. Jesús, todas las veces que se encontraba con Su Padre, lo hacía en soledad.

Es muy importante que tomes este momento como un encuentro íntimo de oración con Dios. Para llegar a esa intimidad, buscá la manera de estar sólo/a, en un lugar y posición cómoda. Ponete en las manos de Jesús e invoca su Espíritu para que te ayude y enseñe a rezar. Él quiere escucharte, pero también te quiere hablar. Entonces tomate un ratito de silencio y prepará tu cuerpo, tu mente y tu corazón para esta charla con Dios.

Ahora sí, reconfortate en las manos de Dios en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Seguramente esta mañana estuviste pensando mucho acerca de la vida. Y también acerca de las cosas que atentan contra la vida. Acordate de todas esas cosas. Muchos de esos atentados son temas muy fuertes. La droga, el odio, la guerra, la violencia, la traición. Pero justamente, todas esas cosas llegan a algo bueno: nos hacen pensar en el valor que tiene la vida.  

¿Alguna vez pensaste que vos podrías simplemente no haber existido? Dios creó las montañas, los mares, le dio a la tierra una luna y tantas otras bellezas... Y entre todas esas cosas que pensó Dios para su mundo, te eligió a vos. Tu vida ya es indispensable, por el simple hecho de que fuiste llamado personalmente por Dios.

Junto con ese llamado el Señor también te regala muchas virtudes, dones y talentos para que puedas con ellos vivir el proyecto que Él hizo para vos. Nosotros muchas veces escondemos esos regalos y los escondemos tanto que terminamos creyéndonos que no valemos nada, que no somos especiales. A veces es muy fácil tirarse abajo y creer que son los demás los que tienen virtudes. Es muy típico, y más a nuestra edad, el hecho de  desvalorizarnos. “Yo no sirvo para nada”, “ Soy muy mala persona”, “No hay algo en lo que me destaque”, etc. ; son frases que se escuchan muy a menudo. ¿Realmente pensás que es así?

Tomate unos minutos para pensar en esas cualidades que tenés y que te distinguen de los demás. No porque seas un ídolo sino porque, como ya dijimos, Dios las moldeó personalmente para vos. Si te sirve para tenerlas más presentes, hacé una lista.

¡Te diste cuenta de todo lo que valés! Bueno, además de todo lo que venimos pensando, adentro nuestro todavía quedan más cosas. Seguramente pensando en tus dones y en tus talentos, se te habrán cruzado por la cabeza otras cosas no tan buenas. Es lógico que todos tengamos defectos, errores y heridas. Lo que no es lógico es que estén ahí por que sí. Tu persona, tus actos, tu personalidad, también es resultado de todo eso. Por eso es bueno que no las escondamos, sino que más bien, las podamos sacar a la luz.

Tomate uno minutos para pensar en esas cosas que te lastiman, y que muchas veces no te dejan crecer.


No creas que todo esto que pensaste y que compartiste con Jesús  fue sólo para meter el dedo en la llaga. Todavía nos falta un paso (el más importante) para entender estas imperfecciones y para descubrir porque tienen valor. Y es en este momento cuando entra Jesús a participar. Él no nos ama porque seamos perfectos o porque hagamos bien las cosas. Él, simplemente,  NOS AMA, porque se le dio la gana amarnos  Y abraza nuestras imperfecciones, convirtiéndolas en luz. Sacar a la luz nuestras cosas malas no es sólo descubrirlas, sino que también es entregárselas a Dios.


Una vez que ya miramos para adentro, es hora de hacerlo para el costado: mirar a los demás. Sin lugar a dudas, si creemos que nuestra vida es importante, tenemos que respetar también la vida, las cualidades y los defectos de quienes caminan a nuestro lado.

Y es aquí cuando Jesús vuelve a aparecer. En el día de hoy, nos enseña dos cosas muy importantes con gestos muy concretos. La entrega y el servicio. La entrega de su cuerpo y de su sangre a través del signo del pan y del vino en la última cena. Y el servicio a través del lavado de pies a los discípulos.

No hay nada más lindo que el gesto de Jesús hacia sus amigos. Y para demostrar el amor inmenso que le tiene a sus hermanos, utiliza su simpleza. Jesús es siempre simpleza. Entonces les lava los pies.

Lee la siguiente lectura del Evangelio para que entiendas más el gesto de Jesús con los discípulos:

"Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: ¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo que soy el Señor y Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que ustedes hagan lo mismo que yo hice con ustedes.”           Jn. 13, 12-15


Pensá en las veces en que, con pequeños o grandes gestos, vos lavaste los pies de tus amigos. También acordate de las veces en que, con pequeñas o grandes omisiones, dejaste de hacerlo.

Una vez más, lo que acabás de hacer no fue para sentirte una buena o una mala persona, sino para que te des cuenta lo que vale la vida de los demás. Y también que vos, la podés hacer todavía más valiosa. Justamente haciendo el bien a los demás. Jesús lavó los pies de sus amigos, pero, mucho más importante aún, entregó su vida por ellos. Entregó su vida por vos.

Para terminar este desierto, quedate unos minutos agradeciéndole a Dios por este momento que compartiste con Él.

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