martes, 2 de abril de 2002

Viernes a la tarde (2002)

“Así Dios nos manifestó su amor: Envió a su hijo al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de Él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero (1 Jn 4, 9-10)


Cuántas veces, Señor, no entendemos tus caminos… Parecería que cuanto más nos esforzamos por comprenderte más nos alejamos de vos. Y el misterio más grande es tu cruz. ¿Por qué? ¿Por qué dejaste que el odio y la muerte de este mundo te vencieran, te humillaran, te escupieran y se rieran de vos? ¿No hubieras podido evitarlo? ¿No escuchó tu Padre tu clamor? ¿Qué fue lo que le impidió defenderte?

Y para todas estas preguntas de los hombres, Dios encuentra una sola respuesta: el AMOR. ¿Por qué?

Porque TE AMO y mi amor no pasará jamás. ¿Es que acaso no me viste en la cruz? ¿Por qué permaneciste tan distante? Estando lejos solo veías mi sangre, mi sufrimiento. Por miedo a mirarme, no alcanzaste a ver el brillo de mis ojos; por miedo a escucharme, no alcanzaste a oír los latidos de mi corazón; por miedo a amarme, olvidaste la razón de mi pasión.

Claro que tuve miedo, si hasta mi sudor se transformó en sangre… Pero no temía por mí sino por vos. Porque veía que se acercaba mi hora y vos todavía no me dejabas amarte, todavía no entendías que te había elegido a vos.

Y el látigo sólo me recordaba cuánto te amo. Y los clavos aumentaban la intensidad de mi amor. Y estabas tan aturdido por tus propios pensamientos que no podías escuchar mis palabras: “Te amo”.

Sé que verme en la cruz como si fuera un ladrón te resultó extraño, duro. Pero también sé que mi Padre no me envió al mundo para suprimir el sufrimiento, sino para  darle sentido.   

 

Muchas veces nos encerramos en nuestras preguntas y buscamos las respuestas en donde nos conviene y no en donde verdaderamente están…

La cruz no intenta recriminarnos nada. Jesús no nos dice “Mirá lo que me hiciste”, sino todo lo contrario.  Nos manifiesta la prueba más grande de AMOR, de amor verdadero, incondicional, amor que es entrega, amor que no nos pertenece pero que Dios decide regalarnos justamente porque eligió amarnos. Y su amor es paciente, servicial; no es envidioso, no hace alarde; no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la VERDAD. Su amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

A veces nos cuesta tanto sentirnos realmente amados, nos resulta tan difícil darnos cuenta de que ese amor es verdaderamente incondicional que nos enredamos en nosotros mismos buscando dar respuesta a ese amor o, simplemente, negándolo por miedo a no poder corresponderlo.

Y muchas veces la mejor respuesta es el SILENCIO. Silencio que, lejos de mostrar desinterés, refleja que uno está recibiendo ese regalo tan puro que es el amor. Silencio que, lejos de mostrar indiferencia, refleja paz. El mismo silencio que fue la opción de María. Ella “conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón”. Fue, sin lugar a dudas, infinitamente amada, bendita entre todas las mujeres, y, siendo consiente de este amor, que la desbordaba por completo, eligió el silencio.

Te propongo que, por unos minutos, como lo hizo María, permanezcas en silencio. Si te ayuda, cerrá los ojos. Tómate el tiempo que necesites y no hagas nada, sólo SILENCIO.

Cuando vos quieras, tomá un papel y escribí en él tu nombre. Y aunque te parezca un poco raro, te pido que comiences una carta dirigida a vos mismo. Nadie la va a leer, sólo vos, así que sentite completamente libre de escribir lo que quieras.

Podés empezar contando cómo te sentís en este momento, cómo estás viviendo estos días. Si te diste cuenta de algo nuevo, si todo sigue como siempre. Si tenés algo para agradecerte, algo que hagas que te hace feliz. Si hay alguna cosa en vos que te moleste, algo que quieras cambiar. En fin, escribí lo que quieras decirte. También podés pensar qué cosas le alegran a Dios de vos, y qué otras lo hacen sentir triste. O qué cosas te hacen sufrir, te hacen sentir miedo y qué otras te hacen valorar tu vida.

Lo único que te pido es que no dejes tus ideas en abstracto sino que pienses situaciones concretas: si tenés miedo de algo, pensá por qué y escribilo. Si hay algo que te haga sufrir y te haga pensar en que nada tiene sentido, buscá razones.

Ahora te propongo que cierres un rato los ojos y pienses en la Cruz, en la Cruz de Jesús. Su muerte fue extremadamente dolorosa. No solamente por las heridas de los clavos, y el látigo desgarrando su piel. Su sufrimiento fue aún mucho mayor al ver que nadie entendía su mensaje. El sólo quiso enseñarnos en qué consiste la verdadera felicidad: Felices ustedes, los que lloran, porque reirán. Y esto no quiere decir que Jesús no conoce el sufrimiento sino todo lo contrario. Jesús se hizo hombre para vivir realmente lo que nosotros vivimos cada vez que estamos tristes, cada vez que nos parece que todo sale al revés, cada vez que nos damos por vencidos y bajamos los brazos. Pero la vida de Jesús no terminó en una cruz. No se estancó en el dolor.

Él, porque nos ama, se entregó. Fue completamente libre y eligió morir por amor. Sólo para que nos demos cuenta de que nuestro sufrimiento no tiene sentido por sí mismo si nos olvidamos de la cruz. Y el sentido de la cruz es el AMOR.

Jesús no murió porque sí, porque no le quedó otra. Su cruz es locura para muchos, pero para nosotros es prueba de amor. Es por amor que sufre y no por sufrir que ama. Y en la cruz no está solamente el hombre que sufrió sino que ese mismo hombre es el que “habiéndonos amado, nos amó hasta el extremo”. Y su amor le dio sentido a la cruz, a su cruz, a nuestra cruz. No nos quedemos pensando en Jesús como la persona que sufrió por mí. Recordemos que Él nos amó primero. “Me amó y se entregó por mí.”

 

El largo de la carta lo decidís vos y una vez terminada sólo te queda firmarla, meterla en el sobre y escribirle tu dirección completa.

Después, volvé al SILENCIO. Y escuchá las palabras de Dios: “Te Amo”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario