jueves, 5 de abril de 2001

Sábado (2001)

Este va a ser el último momento de reflexión personal en esta Pascua. Intentá alejarte de todo lo que pueda llegar a distraerte. Te propongo que cierres los ojos por un rato y dejes volar tu imaginación.

Imaginate que sos uno de los discípulos de Jesús, uno de sus amigos más cercanos... Imaginate cómo te sentirías en este momento. ¿Sólo? ¿Triste? ¿Con miedo? ¿Abandonado? Intentá meterte bien en este personaje (si te ayuda volvé a cerrar los ojos unos minutos).

Ya está cayendo la tarde, un día largo está por terminar y, revolviendo entre tus cosas, encontrás una carta. Sin entender demasiado, la abrís y ves tu nombre encabezando la hoja. Una mezcla de intriga, miedo y curiosidad te llena el corazón y no aguantás la desesperación por saber quién habrá sido el autor de esas palabras que aún no empezaste a leer. Para tu propia desilusión, la carta no está firmada. Ni siquiera parece estar terminada.

Eso no te impide notar que en el margen derecho de la hoja, junto a tu nombre dice “Viernes” y comprendés que fue ese el día en que fue escrita, o sea, ayer.

Sin perder la calma, decidís comenzar a leerla...


Querido amigo:

                       Mi alma siente una tristeza de muerte, pero es preciso que se cumpla la voluntad de mi Padre. Seguramente, el miedo te haya cautivado y pienses que te dejé sólo pero eso no es así. Mi muerte es necesaria, tengo que vivirla y, aunque también yo tengo miedo, confío en mi Padre.

                       No pude dejarte solamente mis palabras porque pronto te olvidarías de mí. El tiempo, “tu” tiempo, corre demasiado rápido y no encontrarías el momento para hacer una pausa y recordar lo que algún día te dije. Tampoco te hubiera alcanzado con verme obrar porque hay mucha gente que actúa de una manera sólo para mostrarse a los demás y para ser el centro de las conversaciones, y yo necesitaba que supieras realmente quién soy. Por eso, elegí dejarte TODO. Todo mi ser. Todo mi cuerpo para que comas de él y toda mi sangre para que de ella bebas. Te acordás? Estabas sentado tan cerca de mí   que alcancé a oir los latidos de tu corazón acelerarse cada vez más cuando dije que lavaría tus pies. -“Los míos, Señor?- preguntaste - “Por qué?”-

                       - “ Porque te elegí, porque elegí amarte, porque elegí estar siempre a tu lado aunque te propongas con empeño evitarme”-

                       - “ Yo, Señor? Pero si vos sabés que te amo”-

                       Eso dijiste, y yo te miré con el corazón, sabiendo que en pocas horas me negarías no solo una, sino tres veces. Y lo seguirás haciendo, cuándo? Cada vez que elegís el camino más fácil; cada vez que no sabés reconocerme en la mirada de tus amigos o de un hermano perdido; cada vez que te olvidás de que hay un lugar en mi mesa que está reservado para vos y que nadie más que vos puede ocuparlo. Sin embargo, te voy a seguir esperando; nunca me canso de hacerlo; me duele que no puedas verlo, pero seguiré aguardando paciente para salir a tu encuentro.”

           

Por un momento apartás la vista de esas palabras. Ya descubriste quién es el autor de la misteriosa carta. Lo que te frena a continuar leyendo es el miedo de que te recrimine el haberte quedado dormido esa noche en que El te necesitaba rezando. Juntando un poco de coraje, decidís enfrentar el reproche pero, para tu sorpresa, nada dice de esa noche mas que: “Te perdono, amigo mío, sé que si cada vez que estuvieras por obrar mal podrías evaluar mi posterior sufrimiento, dejarías de hacerlo. No puedo culparte por eso, sé que es difícil tomar decisiones. Solo quiero que sepas que nunca dejé ni dejaré de amarte y que estoy dispuesto a morir por todas tus malas decisiones, sólo porque son tuyas; porque no puedo amarte por partes sino que te amo entero, como sos, con todas tus virtudes y con cada una de tus debilidades.”

Detenés tu lectura porque comenzás a notar que la letra ya no es tan nítida como al principio sino que parecería que su mano estaría temblando en ese momento.

Hoy es el día, el día en que el hijo del hombre va a ser entregado y, para cuando leas esta carta, mi sufrimiento en este mundo ya habrá terminado. Sé que verme clavado en una cruz es doloroso. Sé que recorrer con tus ojos mi cuerpo lastimado por el látigo y humillado por los hombres es muy duro, pero no detengas tu mirada. De nada sirve instalarse en el sufrimiento sin buscar un sentido, un por qué, una salida. Te pido que me mires a los ojos. Sé que allí vas a encontrar la respuesta...”

Estas son las últimas palabras, no hay nada más escrito en esa hoja. Cómo termina? Por qué está sin firmar? En ese momento escuchás una voz diciendo palabras que te son familiares: “Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”.

 

Te invito a cerrar los ojos y a imaginarte la mirada de Jesús. Tratá de captar cómo te mira Jesús. ¿Qué intentan decirte? ¿Qué quiere proponerme Jesús Hoy? ¿Cómo me pide que lo siga? ¿Cómo lo quiero seguir? ¿Qué es lo que hoy, concretamente, me impide seguirlo? ¿Qué es lo que me acerca más a El? Tomate un tiempo para pensar en estas preguntas y quizás escribí las respuestas preparando un espacio en tu corazón para comenzar a responderlas hoy y continuar haciéndolo, día a día, cuando termine la Pascua.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario