¡Hola!
Nos encontrarnos de nuevo. Antes de empezar, ponete cómodo y asegurate que nada
alrededor te distraiga. Buscá el silencio y la tranquilidad que son esenciales
para el encuentro con Dios... Generá un espacio de intimidad con Él… Ahora,
entonces, te invito a ponerte en Su presencia: En el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Es
Viernes Santo, probablemente el día más triste para nosotros (los cristianos)…
Vayamos dándole sentido y orden a este mar de ideas que debes tener en la
cabeza desde que empezó el retiro.
Ayer
estuviste trabajando sobre la mirada: esa que vos tenés sobre otros… detectaste
esos prejuicios que fuiste generando quizás sin darte cuenta; en la cantidad de
veces que tuviste esa mirada superficial -esa que sólo se interesa por las
cosas materiales o por lo superficial de las personas-; esa que se olvida y
confunde lo importante. Por otro lado, viviste en carne propia lo que se siente
ser mirado por otro… esa sensación horrible de ser juzgado.
Ahora te
toca mirarte a VOS MISMO: llegó el momento de mirar para adentro, de hacerle
frente a esas cosas que no querés ver ni escuchar y que empezaste a enfrentar
ayer, en el Huerto de nuestro Señor. Son esas cosas que te duelen, que son
difíciles de mirar cara a cara pero que, en definitiva, son necesarias para
conocerte mejor y para lograr esta mirada INTERIOR de la que hablamos.
Es
importante ser sinceros con nosotros mismos cuando nos disponemos a
examinarnos. Una mirada sencilla y compasiva… son dos ingredientes que no
pueden faltar en esta receta. No tenés que quedar bien con nadie, no sirve que
te mientas a vos mismo. Te invito entonces a cerrar los ojos y pedirle a Jesús
que te permita ser lo más transparente posible, que te deje decirte la verdad a
vos mismo. Suena obvio, pero nos es muy fácil a los hombres auto engañarnos en
ciertos aspectos de nuestras vidas…
<>, Benedicto XVI.
Arranquemos
entonces, iluminados por estas palabras de Benedicto, a examinarnos:
En la
dinámica de recién hablamos de las limitaciones: usaste la cinta, la venda y
otros gestos que son signos de obstáculos que no nos permiten ser auténticos.
¿Qué cintas
te tapan la boca durante el año? ¿Podés hablar y decir lo que pensás
libremente o te sentís presionado a decir ciertas cosas cuando estas con tus
amigos? ¿Con tu familia, podés ser vos mismo? ¿Qué es lo que te está limitando
a no poder hacerlo? ¿Peleás por lo que creés? ¿Por qué callás, en qué
situaciones? ¿Cuántas cosas te callás?
No dejes
que sólo tus ojos lean estas preguntas: dejalas entrar a tu vida, hacelas
propias, hacelas carne. Pensá en una situación concreta para cada una de ellas.
Si hace falta, releelas. Dedicate este momento, nadie te apura. ¡Es una gran
oportunidad para encontrarte con vos mismo!
¿Tenés
con quién hablar estas cosas que te pasan por el corazón? ¿Creás un espacio
para poder hablar o preferís seguir callando? A veces, nosotros solos nos vamos
poniendo las cintas, sin que nadie nos obligue a callar… Si en tu voz hay
verdad, te pido por favor que no calles… Jesús, siendo juzgado en el sanedrín,
habló con la verdad y por eso fue condenado. Tomemos el ejemplo de nuestro
Señor para saber cómo hablar y defender lo que creemos.
Tengo una
buena noticia para darte: si te cuesta hablar, si ves que te sobrepasa la
realidad y creés que es imposible cambiarla, sabé que TODOS tenemos
debilidades. No te avergüences de tu realidad. Hablá, expresate, sacá todo
lo que tenés adentro, todos esos sentimientos guardados hace quién sabe cuánto
tiempo.
“La
comunicación es el único camino al entendimiento”. Cuando digo comunicación,
me refiero a la verdadera, no a esa en la que gastamos horas y horas por
BlackBerry o por Facebook, sino al encuentro verdadero con el otro –el que se
da cara a cara-. Comunicar viene del latín communicare, que significa
“poner en común”, lo que implica la existencia de una comunidad. Vas a
ver cuánto mas fácil y cuánto más llevadera resulta nuestra vida cuando nos
animamos a compartirla, a ponerla en común… porque además de poder hablar las
cosas, les ponemos un énfasis a nuestras palabras, lo hacemos lento o rápido
porque dudamos o nos pone nerviosos decir lo que nos pasa, le ponemos gestos a
lo que decimos, descubrimos en el que me escucha a alguien atento, preocupado,
que nos dedica todo su tiempo (¡cuán distinto a hablar por teléfono o por internet!).
Esa comunicación –verdadera y completa-, nos lleva a entendernos como seres
humanos que somos, con todos nuestros “peros”. Comunicar, comunidad, común
unidad… cuán paradójico que en esta época de tanta tecnología cada vez nos
vayamos separando más y despersonalizando nuestras formas de dialogar, ¿no?
¿Le das
lugar al verdadero encuentro, a la verdadera comunicación? ¿Cuánto dependés de
un teléfono o una computadora para hablar con los demás?
¿Y la venda?
La venda que te pusiste en los ojos…
¿En que
momentos elegís ponerte la venda y no ver la realidad? Que fácil es muchas
veces taparnos los ojos y hacer que no vemos nada… Pensá en esas personas a las
que hiciste ojos ciegos, esas que necesitaron tu ayuda y preferiste darles la
espalda simplemente porque no tenías tiempo o te daba fiaca… no pienses sólo en
las veces en que tuviste que estar a disposición del prójimo (el próximo a
vos). Pensá también en esas veces en que no saliste al encuentro, en esa hora
de computadora que tapó una buena charla con tu papá o mamá o un hermano, en
ese almuerzo o esa comida en que te la pasaste enfrascado en el teléfono
perdiendo la oportunidad de mirar a la cara a tu familia o a tus amigos… esas,
de alguna forma, también son vendas si no cuidamos nuestra forma de ver lo que
nos rodea.
Si te
sentís arrepentido, siempre podés pedir perdón y arrancar de nuevo. Nunca es
tarde y tenemos la suerte de que Dios es misericordioso y perdona una y otra y
otra vez…
A esta
altura… ¿te animás a mirar para adentro? ¿Viene costando?
Después
de todo, está bueno, ¿no? ¿Qué hay adentro tuyo? ¡¿Quién sos?! ¿Quién querés
ser? ¿Sos lo que querés ser o de repente te descubrís en un lugar en el que no
entendés cómo llegaste a estar? Y te molesta ser así y te duele y te lastima y
te saca las ganas. Te saca el ánimo –el ánima
que es el alma-. No sólo la
computadora y el celular nos distraen en esta búsqueda para responder quiénes
somos: la distracción toma infinitas formas… el alcohol el fin de semana, por
ejemplo… o estar siempre rodeado de amigos, saltando de charla en charla pero
nunca profundizando en un tema, nunca hablando de eso que realmente necesitás
hablar… hay miles de formas de mirar para afuera y no observar lo que tenemos
adentro y nos lastima. Formas que nos sirven como fuente de escape para no
enfrentarnos a esa realidad que tarde o temprano cae ante nuestros ojos.
Tomate un
ratito para pensar en lo que sos, en sobre qué basas tus decisiones, en cómo
tratás al resto, en qué pones como prioridad en tu vida, si apostás por la verdad
o si preferís callar o mentir. Básicamente, coloca la mirada en TU persona.
¿Con que
te encontrás? Es una sensación fea tener que hacerle frente a nuestros
defectos, pero te aseguro que es la mejor manera para empezar a cambiar. El
primer paso es reconocer eso que hacemos mal o que no nos hace felices. Una vez
aceptado, se generan esas ganas de mejorar y, aunque lo veas lejano, creeme que
es tan lejano como cierto que el cambio empieza reconociendo y poniéndole un
nombre a eso que me duele. Es un alivio saber decir que nuestra mochila pesa,
que nuestra cruz es grande, que el camino es insoportable… Ponele un nombre,
entonces, a eso que te duele bien adentro.
“Ver la
luz duele”. Si, probablemente estés viendo cosas que te duelan… ¿Cómo aliviás
el dolor? Evitándolas no es la forma... Mirá cómo Jesús tuvo que ver cosas que
no le gustaban durante su vida: vio injusticias, egoísmos y traiciones tanto de
extraños como de íntimos amigos. Él no se limitó, tampoco puso excusas para
escapar -evitando entonces lo que venía después-. Al contrario, le hizo frente
a lo que le tocaba vivir y siguió para adelante con la voluntad de Su Padre: no
se limitó aún en las situaciones de mayor soledad y miedo, se aceptó como era y
cumplió su misión con una libertad y autenticidad plenas… Algo de esta
fortaleza es la que necesitamos para mirar sin usar vendas nuestra propia vida…
¿Cuál es tu misión? ¿Cuál es esa luz que hoy duele pero es oportunidad para
imitar a Cristo y aprender a amarlo? ¿Cuál es la voluntad de Dios Padre para tu
vida? Sí, tenés una misión ÚNICA. No es poco, ¡no sos poco!
Hoy
también te sentaste. Te hiciste chiquito, te sentiste menos que el otro.
¿En que
posición estoy? ¿Vivo sentado, mirando a los otros desde abajo? ¿Me siento
inferior o me considero digno de estar parado como los demás?
¿Necesito
que me digan que soy lindo/a para sentirme valioso o el autoestima pasó a ser
la estima de los demás respecto a mí? ¿No me alcanza con ser hijo de Dios para
valorarme? ¿Busco constantemente la aprobación de los demás? ¿Cuánta energía
gasto en aparentar algo para la sociedad?
¿Cuido mi
cuerpo? ¿Hago buen uso de mi sexualidad o me presto a un rato de placer, buscando
llenar mi egoísmo en otra persona que tiene una historia detrás (y que lejos
está de ser un objeto)? ¿Me presto a estas situaciones o puedo plantarme y
decir que no? ¿Elijo lo que hago o ya llegó un punto en que tengo que hacerlo
porque pienso que mis amigos me van a mirar raro? Y vuelta al principio:
¿querés ser así o descubrís que en realidad estás en una rueda que gira hace
rato y de la que no querés ser parte?
¿Me
siento mas apreciable cuando me visto con ropa de marca? Realmente… ¿las cosas
materiales me dan más valor a mi? ¿Me visto según la moda o la moda me está
vistiendo cada vez que cambia su apariencia? ¿Eso me llena? ¿Le doy una
trascendencia que no tiene? ¿Voy atrás de todo lo nuevo o soy capaz de vivir
austeramente, poniendo el foco en mí y no en lo que me cubre?
Te
propongo que pienses QUÉ cosas hacés para sentirte valioso. Pensá en
cosas concretas como situaciones, recuerdos o sensaciones… hace falta cambiar
el eje: es necesario entender que lo que nos da valor es ser hijos amados de
Dios que nos creó únicos en el mundo. No hay nadie como vos en toda la tierra,
Jesús dijo que sos “la sal de la tierra, la luz del mundo”. La sal da sabor… No
dejes entonces de salar. No hace falta que hagas nada para sentirte más valioso
porque SOS VALIOSO.
Tuviste
también los brazos cruzados… ¿Estás dispuesto a recibir ayuda de otros o
creés que siempre podes hacer todo sólo? ¿Te sentís autosuficiente?
Cuántas
veces nos cruzamos de brazos, creemos que no necesitamos ayuda, que podemos
solos y nos cerramos a recibir. En muchas situaciones de nuestra vida,
seguramente nos habremos sentido solos pero no nos animamos a pedir ayuda
porque preferimos aparentar ser fuertes.
“La
fortaleza está en reconocer la propia debilidad”. Suena
contradictorio ¿no? Pero cuán cierto es que cuando reconocemos esas debilidades
y podemos aceptarlas nos hacemos más fuertes. Qué estresante es vivir negando
nuestras debilidades, ocultándolas para que nadie se dé cuenta que existen…
¿Sos
orgulloso? ¿Sos soberbio? ¿Creés que vos siempre sabés la verdad y tenés la
última palabra? ¿Qué capacidad tenés de perdonar? No es fácil perdonar, hay
cosas que nos lastiman mucho, personas que no podemos volver a darles una
oportunidad… ¿Si probás perdonando? Quizás sacás un peso de tu mochila, quizás
es la excusa para arrancar de cero, para empezar nuevamente… quizás,
perdonando, te acercás más a ese estilo de vida que tanto defendió nuestro Señor.
Es muy
importante que tengas en claro que VALES MUCHO.
Vos……..……………..
(Tu nombre) sos tan importante que no necesitás nada para ser más valioso.
Acordate de Jesús: te ama tanto (cuántas veces buscamos y exigimos Amor en
lugares y formas que no nos lo dan) que se entregó por vos un día como hoy, un
Viernes Santo. Valés la vida de tu Dios porque lo que te une a Él es el Amor.
SÍ. Repetitelo una y mil veces: valgo la vida de Jesús que me conoce y me ama.
¿Vamos de vuelta? Valgo la vida de Jesús que ME CONOCE y ME AMA. Llevá esa
frase a lo más profundo de tu ser, ahí donde más te duele, a esa cruz que se te
hace insoportable, ahí donde ya bajaste los brazos, a ese momento o dolor de la
vida que te hizo llorar y cuestionarte incluso a vos mismo. Ahí, en ese lugar
tan oscuro, tan negro, tan vacío, hacé resonar una vez más esta frase: VALGO LA VIDA DE JESÚS QUE ME
CONOCE Y ME AMA.
Así que
tranquilo, que valés más de lo que pensás y no necesitás nada más que ser vos
mismo para darte cuenta. Permitile también a los otros ser diferentes,
permitite a VOS ser diferente y en definitiva, ser fiel a vos mismo. Tené una IDENTIDAD
propia. Perdoná si te lastiman: nadie es perfecto.
Una forma
de facilitar este desafío que te propongo es mirarte con la mirada amorosa de
Dios. A Dios nada le importa lo físico ni lo material ni cuán bueno o malo sos.
Dios lo ve todo: ve en lo público y en lo secreto, ve lo bueno y lo malo, lo
justo y lo injusto. Como dice San Pablo: “tengan los mismos sentimientos que
Cristo Jesús”. Tené esa mirada para con vos, tené esa mirada para con los
demás…
Por último,
agachaste la cabeza… ¿Estás siempre mirándote a vos mismo? ¿Levantás la
vista? ¿Mirás a quienes te rodean? ¿Te animás a involucrarte con ellos?
¿Quiénes
te necesitan hoy? ¿Qué podes hacer para ayudarlos? Pensá hechos concretos que
puedas hacer por las personas que ves sufrir día a día. Si sentís que no podés
hacer nada por nadie, podés empezar por rezar: en la oración es Jesús el que
escucha y nos orienta para que empecemos a hacer algo, para que nos animemos a
más, para que podamos dar hasta que duela.
Hoy que |Jesús
muere en la cruz, nos demuestra una entrega de amor ENORME. ¡¡¡Es un buen
ejemplo de lo que es pensar en el otro!!! Él soporta todo ese dolor, todo ese
sufrimiento, por amor a la humanidad (en donde obviamente VOS estás incluido).
Seria bueno copiar esta actitud de Jesús en nuestra propia vida: dejar de lado
el egoísmo. Como Jesús dio su vida por vos, ahora vos podes proponerte dar algo
de vos a las personas que te rodean. ¿Qué podés darles a los que van
descubriéndote en el camino de la vida? El cardenal Newman rezaba y le pedía a
Jesús: “ayúdame a esparcir Tu fragancia donde quiera que yo vaya”.
Me
imagino que después de haber pensado todas estas cosas debes estar un poco
desorientado, sintiendo que tenés mucho para pensar y compartir. NO
DESESPERES. Por suerte sos joven y tenés toda una vida por delante para ir
cambiando estas cosas que te alejan de Dios, siempre y cuando le pongas
voluntad y creas en vos mismo. El momento de cambio es AHORA, a partir
de HOY podés empezar a cambiar. Podés arrancar acá mismo, siendo
transparente en tu grupo y compartiendo tus dolores sin el miedo a ser juzgado…
Acordate que cada día es una nueva oportunidad para vivir mejor, para ser
más parecido a Jesús.
Además de
todas estas limitaciones de las que hablamos, seguramente debes tener muchas
otras cosas que te duelen en el corazón. Te hablo de esas situaciones que NO
elegimos… Como puede ser la muerte de un ser querido, la separación de la
familia, la injusticia en el colegio, la violencia verbal, las violaciones, las
adicciones… y muchas cosas más que nos preguntamos POR QUÉ suceden pero no
encontramos respuesta alguna. Esas cosas con las que tendremos que convivir
siempre o por lo menos durante una etapa de nuestra vida.
Estos
dolores que no dependen de nosotros nos generan una incertidumbre muy grande,
pero lo importante es saber que tenemos gente a nuestro alrededor para
acompañarnos. Gracias a Dios vivimos en comunidad y tenemos la capacidad de
alivianar los dolores de otros, así como también otros alivianan los nuestros.
Buscá el apoyo de otros, permitite llorar y ser consolado… “Las alegrías
compartidas se disfrutan el doble y las tristezas compartidas se dividen a la
mitad”, dice un refrán.
Aunque
probablemente muchas veces pienses que NADIE puede entender tu dolor, hay
alguien que SEGURO te entiende porque hizo experiencia del dolor más fuerte: JESÚS.
Él te conoce, entiende perfectamente esa cruz que te pesa, esa que cargás y que
te gustaría sacarte de encima. De hecho, Jesús carga con los pecados del mundo
para redimirnos (para salvarnos), no para que nos lamentemos o sintamos
lástima… sino para que Su ejemplo sea el que nos impulse a cargar nuestra cruz,
a llevarla… Creeme: Jesús te entiende, sufre con vos, no le gusta verte triste
o angustiado y te acompaña en el dolor.
Te
propongo que te quedes un rato charlando con Jesús, rezándole todo esto que
charlamos. Confiá en Él que confía en vos y conoce todo el potencial que tenés,
todas esas virtudes que podes explotar… Que este sea un espacio para que
descubras todo el valor que tenés.
Confiá en
vos… ¡Dios ya lo está haciendo!
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