martes, 27 de abril de 2010

Sábado a la mañana (2010)

Hola ¿cómo andas? Hoy nos toca una charla muy especial. Ayer vimos como Jesús murió en la cruz. Nuestro salvador, nuestro guía, nuestro pastor, nuestro Dios muere en una simple cruz de madera. Nuestras esperanzas mueren con El, nos sentimos solos, nuestra debilidad humana nos hace sentirnos “abandonados”. Ante eso, te invito a tener este rato de oración. Ponete cómodo, relájate y anímate a abrirte y re descubrir a este Jesús que tanto nos ama. Hagamos la señal de la Cruz para entrar más en clima, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Bien, ahora si…

Acabamos de vivir en el Vía Crucis dos muertes diferentes. Por un lado vemos que Jesús, siguiendo la voluntad de su Padre, nos amó tanto que entregó su vida para salvar la nuestra. Incluyendo en su naturaleza divina las limitaciones humanas, se hizo hombre para acompañarnos en nuestras debilidades y mostrarnos el camino de la felicidad. Jesús murió y resucitó en la cruz para que nuestra vida tenga libertad. Libertad ante el pecado que nos oprime, que nos encierra.

Con la vida de Santiago, nos acordamos de todos esos momentos que nos matan en vida, que nos dejan sin aliento, sin ganas de vivir. Como si nuestro cuerpo no quisiera funcionar más. Nos preguntamos si nuestra vida tiene sentido y cómo hacemos para salir de esta ceguera, de esta muerte en vida.

La realidad es que tenemos que salir por nuestra familia, nuestros amigos y seres queridos, por nosotros mismos porque Jesús sacrificó su vida para hacer sagrada la nuestra. El regalo que El nos dio es enorme, la vida es un don inmenso, es EL don por excelencia. La vida es para disfrutarla, para VIVIRLA.

Hoy somos apóstoles encerrados en una pequeña casa, tapada y sin luz. Hoy sufrimos juntos la falta de nuestro Pastor, la desesperanza y el miedo. ¿Cuántas veces en nuestra vida nos sentimos así? Pensá en esos momentos que te sentís encerrado en una pequeña casa sin ventanas, exiliado del mundo.

Nos damos cuenta que no somos los únicos, que todos tenemos miedos y dolores. Hoy todos caminamos en procesión junto a la muerte, al pecado. Hace falta tan solo levantar la vista para darse cuenta de otros miles de chicos en otras miles de situaciones de miedo, inseguridad y desesperanza ante los dolores de la vida, ante la muerte de Jesús en la cruz. Tomate un minuto para levantar la cabeza y ver a los chicos que están haciendo el desierto alrededor tuyo, miralos y trata de pensar en sus vidas, sus alegrías pero por sobre todo en sus sufrimientos.

Todos debemos haber tenido esos momentos donde lloramos, no entendemos, nos enojamos, preguntamos por qué, insultamos y gritamos “por favor, BASTA”. No estamos solos en esto. Todos sentimos muchas veces esa “muerte en vida”.

Muchas otras veces somos nosotros los que llevamos nuestra existencia a esta “muerte en vida”, con actos, con acciones, con vicios, con gestos egoístas; podemos ir matando nuestra vida poco a poco. Pensando en el Evangelio que venimos leyendo en la pascua, nuestra vida puede ser la de ese joven que está muerto, con la simple diferencia que nosotros no nos enteramos que estamos muertos en vida, que nuestra vida ya está en esa procesión de muerte. Tomate un minuto y recorda esos momentos en los que estas “muerto en vida”.

Jesús ve esta procesión de muerte y, acercándose, toca nuestro féretro, nuestra miseria. Él detiene nuestra procesión, nuestra incertidumbre para transformarla en esperanza. Él nos muestra su fidelidad incondicional estando junto a nosotros. Nos acompaña y nos sale al encuentro para que podamos confiar en él, para que podamos llorar junto a él. Jesús quiere frenar tu procesión de muerte. El quiere transformar tu vida. Con solo tocarnos nos salva, nos resucita. Y nos invita a seguirlo pero nos ordena una sola cosa “Joven yo te lo ordeno, levántate”. No bajes los brazos, seguí, aunque sea cuesta arriba. Apoyate en los demás, en Jesús. Somos jóvenes llenos de vida para vivir, para dar a los demás. Mucha gente nos quiere, nos admira. Necesita de tus dones, de tus virtudes, ¡necesitan de vos! Jesús te necesita a VOS para completar su obra, para llevar el amor a todos, para evangelizar al mundo con tu ejemplo. Somos sus manos acá en la tierra.

Hablando de amor y de esperanza hay una persona que encarna esas dos virtudes. Ella se llama María, la madre de Jesús, nuestra madre. Ella que lo vio morir, crucificado. Ella que sufrió lo peor, y que hoy su nombre nos significa hoy amor y esperanza. En su cara se ve la bondad y en sus palabras, la humildad y la obediencia. En su SI está la fuerza para aplacar todo sufrimiento, toda agonía y todo dolor. Ese SI incondicional que acompaña a su hijo en todo momento. Seamos como ELLA, la incondicional. Seamos como María.

“Y como faltaba el vino, la madre de Jesús le dijo: “no tienen vino”. Jesús le respondió: “mujer qué tenemos que ver nosotros mi hora no a llegado todavía”. Pero su madre dijo a los sirvientes: “Hagan todo lo que él les diga”.

Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús le dijo a los sirvientes: “llenen de agua estas tinajas”. Y las llenaron hasta el borde. “Saquen ahora, agrego Jesús, y llevan al encargado del banquete”. Así lo hicieron.”

Este texto de Juan es el de las Bodas de Caná. Y vemos a María como nexo entre nosotros y Dios. La vemos intercediendo por nosotros cuando se da cuenta de que nos “falta vino”. De que la vida nos duele y nos cuesta seguir disfrutándola, seguir viviéndola. Ella nos ve necesitados y le dice a Jesús. Le avisa que no tenemos más vino, que se nos acabó. Y lo impulsa a que nos ayude, a que transforme esta agua en vino.

Estas tinajas estaban guardadas en la cocina, muy tranquilas, sin exponerse. Y ahora las traen, las acercan y las cargan de agua frente a Jesús. Las llenan hasta el borde para que Él transforme el agua en vino. Estas tinajas se llenan de agua, así como nosotros podemos llenarnos de miedo, de inseguridades, de desesperanza, de camino recorrido, de oscuridad, de problemas y limitaciones, de cosas terrenales, de pecado y de muerte. Nos empujan contra Jesús y frente a él, nos transforma su Palabra. Él, en su resurrección, vence a la muerte. Tenemos miedo, como hombres tenemos miedo, pero María nos dice una y otra vez “hagan todo lo que él les dice”, confíen en él, confiemos en él para que nos transforme, para que transforme todas estas cosas de las que nos llenamos. Todas estas cosas con las que vivimos, incluso nuestra propia vida, se transforman en su presencia.

Hoy, sábado a la mañana, busquemos todas esas cosas que nos dan miedo, que nos paralizan, que nos dan desesperanza, que nos tiran para atrás. Pensemos en ese sentimiento de soledad, en el qué dirán, en lo que piensa esa mina de mi, en las peleas en casa, las traiciones de mis amigos, los bochazos en el colegio y en la vida, el rebote de un chico, el sentirme fuera de mi grupo de amigos, el sentirme no entendido por mi familia, el no poder superar un problema mío o algún vicio, en el vértigo de terminar el colegio, las responsabilidades que no me tendrían que tocar, tantas cosas que nos hacen sufrir a diario.

Tenés una hoja en blanco que es tuya, te propongo que dibujes una tinaja y pongas adentro todas estas cosas que acabás de pensar. ( Guardá esa hoja con tu tinaja en la caja porque se va a usar después. ¡No la pierdas!) Escribilas no tanto para acordartelas y para que te queden grabadas y las sufras una y otra vez sino más para ofrecerlas a Jesús. Para ofrecerlas a este Jesús que nos transforma en su resurrección. Pensá, que atrás de todo esto esta la voz de María diciendo “hagan todo lo que él les diga”. Confiá en ella, en su fidelidad, en su esperanza.

Ya María nos acercó a Jesús. Nos los trajo frente a frente, anímate a vaciarte en esas tinajas, entra en el fondo de tu corazón y vacíate. Abrilo, vacíalo y déjalo entrar a Él. Estas tinajas de agua, él las va a transformar en vino. Este corazón sufriente tuyo, él lo va a transformar en un corazón que no va a ser perfecto pero que va a buscar la felicidad en las cosas simples de la vida y en la relación con los demás. Dejate transformar por Jesús.

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