martes, 3 de abril de 2001

Viernes a la mañana (2001)

Siempre para comenzar un buen momento de oración es bueno hacer silencio en el corazón para poder escuchar mejor a Jesús. Así que te propongo que reces un ratito antes de comenzar para poder emprender de la mejor forma posible esta charla con Cristo. Adelante y suerte !

Lectura : Marcos 8, 34-38

       “Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo : ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá ; pero quien pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida ? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los Santos ángeles’.”

 

  Si nos ponemos a pensar detenidamente esta lectura, nos damos cuenta de lo difícil que se puede el hecho de caminar junto a Jesús, que pesada llega a ser esa cruz cuando el camino de la vida se nos presenta cuesta arriba, cuantos nudos y astillas tiene la cruz y como lastiman en los momentos en que se requiebra la fe y se pierde la esperanza.

  Ahora bien, reconocés tu cruz ?, la sentís día a día sobre tus hombros ? te acordás cuales fueron las veces que más te pesó ? la aprendiste a llevar o estás aprendiendo ? estás dispuesto como lo estuvo Cristo a llevarla todos los días de tu vida ?

  Seguramente , más de una vez, tuviste unas ganas bárbaras de decir “Basta !” de una buena vez, hacer la cruz a un lado y emprender otro camino sin su peso sobre tu espalda. Cuantas veces tuviste esas ganas de, estando en el medio de la lucha, largar las armas y abandonarlo todo. Cuantas más fueron las veces que renegaste contra el Padre por sentirte abandonado, por verlo distante.

  Te propongo que te tomes un rato para que escribas en un papel estas situaciones en que estabas dispuesto a descolgarte la cruz de los hombros y seguir caminando sin ella.

 

Te llame a vivir 

Te preguntas, hijo mío

por que existes, por que vives,

por que te encuentras en este mundo.

Más de una vez te sorprendí, pensando,

que hubiera sido mejor, no haber nacido.

Tus días están teñidos de tristeza.

Nada motiva una esperanza.


Hijo:

Quiero decirte claramente, que fui yo quien te llamé a la vida.

Te concebí primero en mi inteligencia.

Vives en mi corazón desde el principio.

 

No viniste por casualidad, ni eres fruto del azar.

Te llamé a vivir.

A ti. Exclusivamente a ti.

Te hice irrepetible.

Nadie tiene tu misma voz,

ni tus mismos ojos,

ni tus rasgos interiores.

 

Te  di virtudes : las has descubierto?

Te di cualidades : las conoces?

Te hice hermoso con mis propias manos.

Te comuniqué mi vida.

Deposité en ti mi propio amor en abundancia.

 

Te hice ver el paisaje y el color.

Te di el oído para que escucharas

el canto de los pájaros y la voz de los hombres.

 

Te di la palabra para decir : 

“padre”, “madre”, “amigo”, “hermano”.

Te di mi amor mas profundo.

No solo te di la vida. Te estoy sosteniendo en ella.

Tu eres mi hijo amado.

Te conozco cuando respiras y te cuido cuando duermes.

 

No lo dudes,

mis ojos están puestos en tus ojos.

Tengo colocada mi mano sobre tu cabeza.

 

Te amo :

aunque me olvides,

aunque me ignores,

aunque me rechaces.

Te amo, aunque no me ames.

 

Ya lo sabes.

Podrás ir donde puedas y donde quieras.

Hasta allí te seguirá mi amor,

y te sostendrá mi mano.

 

O crees, que yo como Padre,

puedo olvidar a mi hijo ?

Desde que te hice ya no te puedo dejar solo,

Camino con vos,

sonrío con vos,

vivo con vos.

 

Te lo escribo de mil maneras

y te lo digo al oído

y en el silencio :

“Eres mi Hijo,

Te Amo.”    


Luego de haber leído la oración anterior, se nos hace difícil pensar como puede ser que la cruz que nos dio el padre Dios pueda llegar a ser tan pesada, no es que nos conoce ? que nos pensó primero y luego nos creó ? puede ser que Dios se haya equivocado y nos haya dado una cruz demasiado pesada para nosotros ?

Eligiendo cruces ( Cuentos rodados. P. Mamerto Menapace )

Esto también es del tiempo viejo, cuando Dios se revelaba en sueños. O al menos la gente todavía acostumbraba a soñar con Dios. Y era con Dios que nuestro caminante había estado dialogando toda aquella tarde. Tal vez sería mucho hablar de diálogo, ya  que no tenía  muchas ganas de escuchar sino de hablar y desahogarse.

El hombre cargaba  una  buena estiba de años, sin haber llegado a viejo. Sentía en sus piernas el cansancio de los caminos, luego de haber andado toda la tarde bajo la fría llovizna, con el bolso al hombro y bordeando las vías de ferrocarril. Hacía tiempo que se había largado a  linyear, abandonando, vaya a saber por qué, su familia, su pago y sus amigos. Un poco de amargura guardaba por dentro, y la había venido rumiando despacio como para acompañar la soledad.

Finalmente llegó mojado y aterido hasta la estación del ferrocarril, solitaria a  la costa de aquello  que hubiera querido ser un pueblito, pero que de hecho nunca pasó de ser un conjunto de casas que actualmente se estaba despoblando. No le costó conseguir permiso para pasar la noche al reparo  de uno de los grandes galpones de cinc. Allí hizo un fueguito, y en un tarro que oficiaba de ollita recalentó el estofado que le habían dado al mediodía en la estancia donde pasara la mañana. Reconfortado por dentro, preparó su cama: un trozo de plástico negro como colchón que evitaba la humedad. Encima dos o tres de las bolsas que llevaba en el bolsa, más un par de otras que encontró por allí. Para taparse tenía una cobija vieja, escasa de lana y abundante en vida menuda. Como quien se espanta un peligro de enfrente, se santiguó y rezó el Bendito que le enseñara su madre.

Tal vez fuera la oración familiar la que le hizo pensar en Dios. Y como no tenía otro a quien quejarse, se las agarró con el Todopoderoso reprochándole su mala suerte. A él tenían que tocarle todas. Pareciera que el mismo Tata Dios se las había agarrado con él descargándole todas las cruces del mundo.

Todos los demás eran felices, a pesar de no ser tan buenos y decentes como él. Tenían sus camas, su familia, su casa, sus amigos. En cambio aquí lo tenía a él, como si fuera un animal, arrinconado en un galpón, mojado por la lluvia y medio muerto de hambre y de frío. Y con estos pensamientos se quedó dormido, porque no era hombre de sufrir insomnios por incomodidades. No tenía preocupaciones que se lo quitaran. En el sueño va y se le aparece Tata Dios, que le dice:

-         Vea, amigo. Yo ya estoy cansado de que los hombres se anden quejando siempre. Parece que nadie está conforme con lo que yo le destinado. Así que desde ahora le dejo a cada uno que elija la cruz que tendrá que llevar. Pero que después no me vengan con quejas. La que agarren tendrán que cargarla para el resto del viaje y sin protestar. Y como usted está aquí, será el primero a quien le doy la oportunidad de seleccionar la suya. Vea, acabo de recorrer el mundo retirando las cruces de los hombres, y las he traído a este galpón grande. Levántese y elija la que le guste.

Sorprendido el hombre, mira y ve que efectivamente el galpón estaba que hervía  de cruces, de todos los tamaños, pesos y formas. Era una barbaridad de cruces las que allí había: de fierro, de madera, de plástico, y de cuanta materia uno pudiera imaginarse.

Miró primero para el lado que quedaban las más chiquitas. Pero le dio vergüenza pedir una tan pequeña. Él era un hombre sano y fuerte. No era justo siendo el primero, quedarse con una tan chica. Buscó entonces entre las grandes, pero se desanimó enseguida, porque se dio cuenta que no le daba el hombro para tanto. Fue entonces y decidió por una tamaño medio: ni muy grande ni tan chica.

Pero resulta que entre éstas, las había sumamente pesadas de quebracho, y otras livianitas de cartón como para que jugaran los gurises. Le dio no sé que elegir una de juguete, y tuvo miedo de corajear con una de las pesadas. Se quedó a a mitad de camino, y entre las medianas de tamaño prefirió una de peso regular.

Faltaba con toda aún tomar otra decisión. Porque no todas las cruces tenían la misma terminación. Las había lisitas y parejas, como cepilladas a mano, lustrosas por el uso. Se acomodaban perfectamente al hombro y de seguro  no habrían de sacar ampollas en el roce. En cambio había otras medio brutas, fabricadas a hacha y sin cuidado, llenas de rugosidades y nudos. Al menor movimiento podrían sacar heridas. Le hubiera gustado quedarse con la mejor que vio. Pero no le pareció lo correcto. El era hombre de campo, acostumbrado al llevar el bolso al hombro durante horas. No era cuestión ahora de hacerse el delicado. Tata Dios lo estaba mirando, y no quería hacer mala letra delante suyo. Pero tampoco andaba con ganas de hacer bravatas y llevarse una que lo lastimara toda la vida.

Se decidió por fin y tomando de las medianas de tamaño, la que era regular de peso y de terminado, se dirigió a Tata Dios diciéndole que elegía para su vida aquella cruz.

Tata dios lo miró a los ojos, y muy en serio le preguntó si estaba seguro de que quedaría conforme en el futuro con la elección que estaba haciendo. Que lo pensara bien, no fuera que más adelante se arrepintiera y le viniera de nuevo con quejas.

Pero el hombre se afirmó en lo hecho y garantizó que realmente lo había pensado muy bien, y que con aquella cruz no habría problemas, que era la justa para él, y que no pensaba retirar su decisión. Tata Dios casi riéndose le dijo:

-         Vea, amigo. Le voy a decir una cosa. Esa cruz que usted eligió es justamente la que ha venido llevando hasta el presente. Si se fija bien, tiene sus iniciales y señas. Yo mismo se la he sacado esta noche y no me costó mucho traerla, porque ya estaba aquí. Así que de ahora en adelante cargue su cruz y sígame, y déjese de protestas, que yo se bien lo que hago y lo que a cada uno le conviene para llegar mejor hasta mi casa.

Y en ese momento el hombre se despertó, todo dolorido del hombro derecho por haber dormido incómodo sobre el duro piso del galpón.

 

A veces se me ocurre pensar que si Dios nos mostrara las cruces que llevan los demás, y nos ofreciera cambiar la nuestra por cualquiera de ellas, muy pocos aceptaríamos la oferta. Nos seguiríamos quejando lo mismo, pero nos negaríamos a cambiarla. No lo haríamos, ni dormidos.

 

  No puede ser, hace un rato habíamos llegado a la conclusión de que Dios nos había dado una cruz muy grande para nosotros, y ahora vemos que no es así que la cruz que Dios da a cada una es la justa, está hecha a la medida de cada uno de nosotros.

  Revisá la lista que hiciste con anterioridad y fijate si en cada una de esas situaciones no encontraste el consuelo de un padre o de una madre, el apoyo de un hermano, el abrazo cálido de un amigo, palabras de aliento por parte de las personas que te quieren o aunque más no sea un signo que te haya dado un a señal de esperanza y que muy adentro tuyo hayas sentido que tarde o temprano todo iba a resultar mejor.

  Tomate unos momentos, revisá detenidamente la lista y fijate si no encontrás en cada una de esas situaciones algo de lo anterior.

 

  Seguro que encontraste a alguien en cada una de las situaciones pasadas. Siempre hay alguien que nos apoya en los momentos en los que lo que más necesitamos es una mano amiga que nos ayude a levantarnos. Siempre tenemos a alguien dispuesto a ayudarnos que nos demuestra que caminar con la cruz no es imposible, y más aún, que nos demuestra que socorrer al hermano caído, a pesar de nuestra propia cruz, no es inalcanzable.

  Ahora te propongo que hagas dos listas más : en la primera, anotate las veces en que pudiste con el peso de tu cruz y la llevaste con firmeza por el camino de la vida (en esas situaciones en las cuales la fe tambalea y la esperanza comienza a desvanecerse y alguien te ayudó a cargarla) ; en la segunda, anotate las veces que pudiste ayudar a un ser querido a cargar con su cruz cuando ésta se ponía más pesada.

  Tomate un tiempo una vez más y pensá detenidamente.

 

  Viste que las dos últimas listas fueron mucho más largas que la primera ?, que Dios nos da el tamaño justo de nuestra cruz ? que nos las hace “a medida” ?

  Que no te pase como a aquel hombre que cansado de cargar con su cruz, tomó un hacha y le disminuyó tanto como pudo porque ya estaba podrido de su peso y de las lastimaduras que le hacían sus nudos y astillas. Fue así que siguió su peregrinar con una cruz que no le pesaba para nada. Cuando terminó su camino de vida, llegó a un lugar muy extraño y mirando hacia el cielo, se percató que la puerta del Reino de Dios le quedaba muy alta, desesperado comenzó a gritar : “Dios, Padre mío, me escuchas ?”, una voz que provenía del cielo le respondió “siempre te escucho”, “por favor”, le dijo el hombre “alcánzame una soga o una escalera que sino no podré llegar hasta ti”. “Como ?”, le respondió la voz, “no te había dado yo una cruz lo suficientemente alta y resistente para que puedas llegar hasta aquí ?, acaso no la has cargado todo el camino como te lo había dicho ?, si me hubieras escuchado no tendrías ningún problema en llegar a mi”.

  Ves que la cruz es nuestro vehículo de salvación, que no podemos seguir a Cristo ni peregrinar hacia el Padre sine ella, que no podemos aspirar a la santidad si no aprendemos a llevarla a lo largo de nuestras vidas, que está llena de eternidad aunque a veces nos cueste creerlo.

  Ahora te propongo que te tomes unos momentos nuevamente y que pienses tranquilamente como es que podrías mejorar el hecho de cargar con la cruz día a día. Tené en cuenta que la historia de Jesús ya la conocemos y que en ella tenemos un gran ejemplo de como cargar con la cruz, ahora es tu turno de conocer tu historia y de aprender a guiarla con Jesús como ejemplo, con el Espíritu Santo como luz que ilumina tu camino y con el abrazo del Padre como meta.

  Por último te propongo que reces un rato, pedile ayuda a Jesús y también a tu prójimo y así podrás descubrir que el “via crucis” es la propia vida que lleva a la reconciliación con el Padre y al gozo en plenitud de la gracia divina y de la vida eterna.

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