domingo, 1 de abril de 2001

Jueves a la mañana (2001)

Hoy empezamos con el primero de los desiertos que vamos a hacer en estos días. Más que “hacer”, tenemos que disponer el corazón para que sea Jesús el que “haga”.

Jesús les dijo: “vengan ustedes solos a un lugar desierto”

- Jesús lo primero que hace es invitarnos a poder retirarnos, apartarnos de lo ordinario, de lo cotidiano. Es ante todo un llamado de Jesús para que estemos con Él. Si hoy estás acá es en gran parte porque Dios te llamó. ¿Y para que te llama justo a vos entre tanta gente que podría haber elegido?

- Te llama para que estés con El. Te llama porque quiere decirte algo...

- Y Jesús como Dios, cuando quieren decir algo importante, lo hacen en un lugar apartado... Oseas 2,16: “Por eso yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón...” 

- ¿Qué tengo que hacer yo para escuchar a Jesús?... Disponer mi corazón, en el silencio, en actitud de escucha y apertura a lo que el me invita. Es un tiempo de gracia muy especial; es un regalo que Dios te quiere hacer. Es un tiempo para vos, para revisar, para pensar, para cambiar; pero por sobre todo es un tiempo para encontrarte con El.

- Es un tiempo personal pero no es individual....No estás solo... Hay muchos chicos y chicas que han querido este tiempo que Jesús les regala. Por eso tenemos que respetarnos... ¿Cómo?... Respetando el silencio de aquel que quiere rezar, respetando los tiempos del retiro, los horarios y aquello que los coordinadores dispongan. Esto es muy importante para que el Retiro salga bien.

- No es un campamento ni una convivencia...Es un retiro.


Te propongo para comenzar que leas este cuento de Mamerto Menapache, “PELUCHE”.
PELUCHE: ( P. Mamerto Menapace, Con corazón de niño.)

Se estaba acercando la Navidad en nuestro pueblo. Lo que suele poner en movimiento muchos sentimientos diferentes. Desde los tiernamente familiares hasta aquellos religiosos más profundos. Y por supuesto, otros no tan elevados, como los que tienen referencia a los hábitos alimenticios y los comerciales.

Una de las jugueterías se había surtido generosamente a fin de satisfacer todos los requerimientos de sus clientes. Su dueño había viajado para ello en el tren diesel de las siete de la mañana, llegando a Buenos Aires a eso del mediodía. Durante varias horas había recorrido los negocios de la zona, proveyéndose de juguetes. Con ellos regresó en el mismo tren de las seis de la tarde.

En Las estanterías podía verse de todo. Armamentos de hojalata, con banderas extrañas a nuestro pueblo, a fin de ayudar a nuestros pequeños a mentalizarse respecto a cómo está armado el mundo y en qué ponemos nuestra confianza cuando hablamos de la paz. Junto a esos juguetes se encontraban otros artefactos bélicos de plástico, habitados por monstruos del más pésimo gusto televisivo. Por supuesto, había también muchas otras cosas bonitas y dignas de ser obsequiadas en la alegría navideña.

Entre estas se encontraba un precioso osito de peluche, de gran tamaño. Realmente: era bonito. Parecía trasuntar cariño, y sus ojitos pequeños y brillantes le daban una extraña vida que cautivaba a quienes quisieran mirarlo con interés.

Era un juguete valioso, y por tanto nada barato. Y Peluche lo sabía. Sin delirio de grandeza, él se sentía entre lo mejor que se podía conseguir en aquel lugar.

Justamente ese era su drama. Porque los que tenían suficiente dinero como para comprarlo , no tenían niños a quienes obsequiárselo. Y los que tenían muchos niños, carecían de dinero. El ser valioso era la causa de sus problemas. Porque a medida que se acercaba la Nochebuena, Peluche veía cómo las estanterías se iban vaciando de juguetes, mientras él continuaba siendo admirado, pero sin que nadie se decidiera a adquirirlo para alegría de un niño.

La ansiedad que había ido creciendo con las horas, se transformó en angustia, cuando vio que el dueño bajaba lentamente las pesadas cortinas metálicas de la juguetería. Luego se apagaron las luces, y dentro reinó el silencio. De afuera, en cambio, llegaba todo el bullicioso festejo navideño.
En la oscuridad a Peluche le entraron ganas de llorar. Se dio cuenta que pasaría la primera Navidad de su vida, de la manera más triste que se podía imaginar. Solo, y sin nadie con quien compartir todo eso valioso que sentía poseer. Lo que más le dolía era saber que se había quedado solo, justamente por ser valioso. Si hubiera sido barato, Ya estaría en manos de alguien, compartiendo la fiesta, aunque sólo fuera por unas horas.

De repente se sobresaltó. Creyendo soñar, vio que la sala se iluminaba con una luz suave y bella. Y sus ojitos brillaron de estupor cuando vio al mismísimo Jesús, que había entrado en la juguetería con una gran bolsa en la mano. Había venido a buscar juguetes a fin de distribuirlos él también. Porque tienen que saber aquí, que a los chicos ricos, son sus padres los que les hacen regalos. Mientras que a los pobres, se los manda Dios.

Peluche tuvo la certeza de que esta vez alguien se lo llevaría con él para ser la alegría de un chico. Este Señor tenía muchos niños, y además era suficientemente rico como para pagar su precio y adquirirlo. Esperó, por tanto, con ansiedad, que se le acercara.

Cuando estuvo delante, el Señor lo miró con cariño - como nunca nadie antes lo había mirado - y le dirigió la palabra con toda naturalidad:
-Peluche: ¿querés acompañarme esta Nochebuena para repartir regalos a los chicos de la Tribu?

Y como la palabra del Señor es poderosa y da vida a aquél a quien se dirige, Peluche sintió que un extraño temblor se apoderaba de todo su cuerpo. Saltó de la estantería, y dando cuatro vueltas carnero en el piso, se puso a bailar lleno de alegría. De no haber sido Peluche, habría hecho un ruido infernal. Pero nadie sintió nada. Sobre todo porque todos estaban ocupadísimos, celebrando la Navidad. Tan entretenidos estaban en ello, que ni siquiera vieron a Jesús, con la bolsa al hombro, y con Peluche de la mano, caminando por las calles rumbo a la salida.

Hubo quienes al verlo de atrás , pensaron que se trataba de un linyera, acompañado de su perrito. ¡Es tan fácil confundir al Señor en un pobre cualquiera! ¡Y más en Navidad!

Cuando ganaron las afueras del pueblo; Peluche quedó extasiado. Vio por primera vez la noche de los campos. El cielo estaba que hervía de estrellas. Los grillos cantaban desde los pastos. A lo lejos los perros y los gallos indicaban dónde vivían los pobres. Y en los reparos los bichitos de luz iluminaban la noche de verano.

-¡Qué hermosa es la noche! - exclamó Jesús.
- Sobre todo si voy de tu mano - contestó Peluche.

Y así fueron visitando los ranchos. Cuando se acercaban a uno de ellos, les salían al encuentro los perros. Los perros del indio no ladran. Van derecho al bulto. Pero cuando descubrían que era Jesús quien venía, inmediatamente se abuenaban. Y mientras el Señor los acariciaba para entretenerlos, Peluche sacaba de la bolsa un regalo, y entrando sigilosamente por la ventana abierta, lo dejaba al lado de los niños dormidos. Y todavía se quedaba un ratito para mirarlos sonreir en sueños. Como sucede en Navidad.

Así se fue gastando la noche. Cuando ya quería ir saliendo el lucero, Jesús le dijo a Peluche:
- Mirá. Ahora vamos todavía a visitar el rancho de doña Matilde. El mejor regalo tiene que ser para su nietito que está enfermo.

Y nuevamente, mientras el Señor se entretenía con los perros de doña Matilde, Peluche buscó en la bolsa el mejor regalo. Pero descubrió con sorpresa que ya no había más regalos. Estaba completamente vacía. Y perplejo se lo dijo a Jesús. Pero éste guiñándole un ojo, como quien ya sabía del asunto, le dijo:
-¡ Hacé como Yo! ¡ regalate vos !

Nota: nunca se supo en la tribu cómo hizo doña Matilde para conseguirle a su nietito un regalo tan hermoso. Y hasta hubo gente malintencionada que sospechó de ella...
¡Son tan ladrones los pobres! Si te acercás, te roban el corazón.


¿Cuál es la primera invitación que le hace Jesús a Peluche? ¿Y que significa esto para nuestra vida Cristiana? Anotá todo lo que te surja espontáneamente.

Peluche antes de conocer a Jesús buscaba su propio interés, solo se preocupaba por estar en una casa grande en navidad. Pero comenzó a ponerse triste al ver que nadie se lo quería llevar, ya que era muy caro. El se sentía muy solo. Pero cuando apareció Jesús, él se olvido de su tristeza, de su situación. Se olvido de lo que esperaba. Ahí si, no busco su propio interés y acepto la invitación de Jesús con mucha alegría.

Es en ese momento cuando nos abrimos a Jesús, cuando lo dejamos entrar en nosotros, cuando él nos enseña a amar. Siempre que nosotros estemos cerrados a lo que él nos quiere decir no vamos a poder conocernos. Cuando permitimos la entrada de Jesús en nosotros se abre nuestro corazón.

Y Peluche hace esto y se siente feliz. Además de estar al lado de Jesús y sentir su compañía, se siente feliz al ver que lo que él dá hace feliz a otras personas.
No se siente mal por dejar algo, sino que se siente bien al ver que el otro se siente bien cuando lo recibe. Saco sus ojos de si mismos para ponerlos en los demás.

Paremos un poco de leer y reflexionemos:

¿Podés rescatar en el mundo de hoy gestos solidarios? Probá de enumerarlos, cosa que te va a ayudar a reconocerlos presentes en el ruido cotidiano.
¿Quiénes son los protagonistas de estos gestos?
¿Podés reconocer algún gesto en tu vida? Seguro que tenés algunos
¿Alguna vez fueron solidarios con vos?
¿Cómo te sentiste cuando ayudaste a alguien o cómo crees que se sintió quien te ayudó a vos?

Pero muchas veces vemos que estos gestos solidarios no tienen la felicidad del otro como fin, y no hacen felices a los que los hacen.

Por eso, y volviendo al cuento, es que cuando Peluche se siente tan feliz, Jesús le pide algo mas. Le pide que se entregue él, que se de por entero, que no vuelva a la juguetería y se quede ahí donde más lo necesitan. Que se de él mismo para seguir haciendo felices a los demás. Es la felicidad a la que Jesús nos invita. El verdadero amor que nos viene a compartir. Entregarse.

Esta entrega significa dejar de fijarme en mí para buscar el bien del otro. Y solamente se puede hacer con un corazón generoso que sea capaz de alegrarse con el bien de los demás.
Primero, entonces, debe ser un amor humilde, que sepa escuchar al prójimo, prestarle atención, preguntarse que necesita o que espera de uno en ese momento.

Por ejemplo, si supiéramos, dedicar unos minutos a ver como han pasado el día las personas que viven con nosotros y que necesitan seguramente nos iríamos a dormir en armonía unos con otros.

Cuando se mira a una persona fijándose realmente lo ella necesita, descubriendo a Jesús en su interior, el gesto de amor va a ser una entrega real, desinteresada, que va a surgir de forma natural y va a ser con amor y por amor al Padre.

Es un amor desprendido y generoso.
Con la vida sucede algo extraño. Solo se tiene cuando se da. Solo se vive verdaderamente cuando se entrega la vida, cuando se gasta por un ideal. El programa es claro: darte siempre, darte a todos, darte totalmente. Dar la vida en tu familia, a tus amigos, en tus estudios, en una profesión. Dar la vida por entero a Dios.

¿Y cuál es el ejemplo más grande de entrega?
Jesús lo dice claro en el cuento “Hace como hice Yo”. El lo hizo primero, hace dos mil años y ese gesto (que no pasa ni pasara jamás de moda) es el motivo de nuestras vidas. Verdaderamente este es el Dios del amor.

Y nos dice “queridos míos, si Dios nos amo tanto debemos amarnos los unos a los otros” (1Jn 4,11).

Dios nos hace capaces de amarnos los unos a los otros. Es a partir del amor que Dios nos tiene, que podemos amar a los demás. Y es amando a los otros que amamos a Dios.

“Nuestro amor al prójimo debe ser igual que el que sentimos por Dios. No tenemos necesidad de ir en busca de oportunidades para cumplir este mandato. Se nos ofrece a cada momento, durante las 24 hs. del día, donde quiera que nos encontremos”, Madre Teresa.

Es ver a Jesús en los demás, en mi mamá, mi papá, mis hermanos, mis vecinos, mis amigos, en la gente que me rodea y en la que no, en un pobre, en un discapacitado, en un drogadicto, es el rostro vivo de Jesús.

“El que quiera conservar su vida la perderá. El que la pierda por amor a Mi y al Evangelio, la encontrara” .
Jesús sabia que dar es difícil. Pero es el único camino de la felicidad. Nos dio su doctrina, nos dio su ejemplo de amor, servicio, entrega, humildad, nos dio su vida voluntariamente hasta la ultima gota de su sangre, nos dio a su madre. Todo para darnos su gracia, su espíritu.

Cuanta gente hay, que gasta su vida en el servicio a los demás.
Por ejemplo la Madre Teresa, su vida fue plenamente dedicada a Dios. A través de los pobres ella reconocía, servia y amaba a Cristo. Lo veía en el leproso, en el enfermo, en el solitario, en el mendigo, en el alcohólico, en el ciego, en el invalido, en la prostituta, en el preso, en el anciano, en el hambriento. En todos ellos veía el rostro de Jesús, y por amor a él , con alegría, y una gran felicidad, entrego su vida a su servicio.
Este amor a Jesús se tradujo en una sencilla y permanente oración.

Todos podemos ser una Madre Teresa en las pequeñas cosas diarias, en nuestra familia, nuestros amigos, en todos nuestros hermanos. Pidamos al señor que nos enseñe a amar a los demás, a servirlo y poder reconocerlo en ellos. Te invito ahora, a que terminemos este desierto con una simple oración de la Madre Teresa.

Señor, cuando tenga hambre, dame alguien que tenga necesidad de alimento.
Cuando tenga sed, mándame a alguien que necesite de bebida.
Cuando tenga frió, mándame alguien para que lo abrigue.
Cuando tenga un disgusto, ofréceme alguien para que lo consuele.
Cuando mi cruz se vuelva pesada, hazme compartir la cruz de otro.
Cuando me sienta pobre, condúceme hasta alguien que este necesitado.
Cuando tenga tiempo, dame alguien a quien pueda ayudar unos momentos.
Cuando me sienta humillado, haz que tenga a alguien a quien alabar.
Cuando este desanimado, mándame a alguien a quien dar ánimos.
Cuando sienta necesidad de comprensión de otros, mándame a alguien que necesite de la mía.
Cuando necesite que se ocupen de mi, mándame a alguien de quien tenga que ocuparme.
Cuando pienso solo en mi mismo, atrae mi atención sobre otra persona.
Haznos dignos, Señor, de servir a nuestros hermanos, que , en todo el mundo, viven y mueren pobres y hambrientos.



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