domingo, 3 de abril de 2005

Viernes a la mañana (2005)

Estamos de vuelta. Te voy a pedir que te vayas a un lugar tranquilo, donde te puedas encontrar con vos mismo y con Jesús. Allí trata de serenarte, de hacer una respiración más tranquila, de buscar una posición cómoda. Prepara la mente y el corazón para este ENCUENTRO que estas a punto de comenzar.

Para ello te propongo tomarte unos minutos y rezar la siguiente oración:

“AYUDAME SEÑOR A DEJARME ENCONTRAR POR VOS, A CONOCERME MÁS PROFUNDAMENTE, A SABER QUE SOY PROFUNDAMENTE AMADO POR VOS”


Ahora sí… Recién acabas de ver una representación, un diálogo bastante especial entre JESÚS y el TATA DIOS. Te voy a pedir que leas esta conversación detenidamente imaginándote que vos estas ahí, escuchándola, respirando ese mismo aire y percibiendo los gestos y sentimientos de cada uno de los presentes…

Jesús:

Ahora, Padre, que se acerca el momento de volver a tus manos (si es que puede volver quien jamás se ha alejado) déjame agradecerte este don de ser hombre que Tú me regalaste durante treinta años.
Ha sido hermoso ¿sabes?
Hermoso y doloroso, es bien cierto, mas, sobre todo, hermoso: tener carne, sentirte débil, conocer el paso de tu tiempo por tus horas, amar de más cerca y uno a uno, tender la mano a los amigos, comer con ellos en la mismo mesa, y ver sus ojos líquidos que tratan de decirte que te quieren, aunque luego mil veces su pobre corazón se descarríe.
¿Sabes, Padre? Siempre quise a los hombres, pero ahora se diría que me he enamorado de ellos, precisamente porque son tan pequeños y necesitan tanto.
Ahora ya no sabría vivir sin ser humano y por eso te pido –es mi último deseo en este mundo- que me permitas seguir siéndolo en las anchas paredes de lo eterno.
Déjame que me lleve este cuerpo, y estas manos, y estos ojos que en la tierra aprendieron a reír y llorar (nunca lo hicimos antes), y estos pies caminantes, y el pobre corazón, que fue lo que mejor nos salió en los siete días iniciales.
No creas que me olvido del mal y de la muerte.
¿Cómo podría hacerlo ahora que lo siento subir hacia mis venas?
Yo conozco la fría violencia del hombre y el egoísmo sucio que respiran su alma y sus pulmones, he visto la serpiente de su odio enroscándoseme en torno de mi vida; mas también he medido su ignorancia, su mirada de niños descarrilados y he gustado el vino más hermoso: el del perdón.
¿Qué Dios seríamos nosotros si no tuviéramos nada que perdonar?
El mal del hombre permite que se vea lo más hondo de nuestro ser, la última razón de nuestra triple existencia, ya que amor sin perdón es medio amor.

El Padre:

Bien se nota, hijo mío, que estás enamorado, pues hasta en sus defectos encuentras Tú virtudes.
Más yo voy a decirte que todo es cierto...muy relativamente. El sólo es grande porque lo has sido Tú.
Yo, que le amo tanto como puedas amarle, sé que hay hombres y hombres, sé cuántos viven muertos, y que, sin Ti, el puente entre el cielo y la tierra seguiría desierto y destruido.
Ahora Tú has construido el nuevo puente, ahora Tú te has cruzado entre el hombre y nosotros, y ya no puedo verles sin verte a Ti.
Cuando miro sus manos recuerdo que son tuyas, cuando leo sus ojos reflejan tu mirada, ya no hay “hombres”, hay “Tú” multiplicado.
¿Cómo podría amarte sin amarles?
¿Cómo podría amarles sino amándote a Ti?
Gracias a Ti empiezan a ver que yo soy su Padre.
Has cumplido tu oficio de buen hijo anunciándome y atando para siempre mis manos de justicia que ya se han vuelto manos solamente de amor. Y sé muy bien cuánto dolor ha sido necesario para lograrlo.
¿Crees que no he visto tu espalda flagelada, tus sienes destrozadas, tus manos malheridas?
¡Si apenas puedo mirarte, Hijo sin romper a llorar!
¡Si casi me arrepiento de haberte permitido ese descenso!
Así es fácil ser hombre: ¡subidos encima de tu sangre!
Tienen vida porque cabalgan en tu muerte, son divinos porque Tú eres hombre y porque has muerto Tú.
Y ahora, hijo, termina tu tarea.
Tu Padre está contento porque el Hijo mayor está volviendo con mil millones de hijos pródigos cargados en su espalda. Y todos brillan como Tú, Y Tú vuelves como doble Dios con tanto engendramiento.
Ven, Hijo, ven y tráelos, que el Espíritu y yo os esperamos para abrazarlos por toda la eternidad.


Si alguna parte te llamo más la atención subráyala.

Te invito a reflexionar, en primer lugar, sobre el AMOR de JESÚS… ¿Qué difícil no? Que cosa inimaginable y plenificante a la vez. Sólo por la FE y mediante el trato con los DEMÁS somos capaces de sentir y comprender aunque sea un poco y “sólo un poco” este AMOR. Y digo que es difícil de entender porque no tiene LÓGICA alguna, por qué… ¿A qué Dios todopoderoso se le ocurriría hacerse “hombre”, “limitado”, “sufriente”? Él que todo lo puede!!! Y no sólo eso sino el morir humillado y maltratado por aquellos mismos hombres por los cuales dio su vida y tanto AMA.

Pero… ¿Cómo es el AMOR de Jesús entonces?
De seguro ese AMOR no es al que estamos muchas veces acostumbrados, por el cual queremos a las otras personas pero pensando, en el fondo, sólo en nosotros mismos. Centrando nuestras relaciones en lo que a MI me gusta, en lo que a MI me conviene, esperando siempre algo a cambio, “midiendo” cada gesto y actitud, transformándose muchas veces en una especie de negociación: “yo te doy si vos me das”. Cuantas veces nos relacionamos con los otros de esta manera ¿no?…
Te propongo a que te tomes unos minutos y pienses un poco…

• ¿Cuándo amo yo de esta manera?

• ¿En qué situaciones?

• ¿Con qué personas? ¿En mi familia? ¿Con mis amigos/as? ¿Con mi novio/a?

• ¿Cuándo voy a bailar? ¿Cuándo estoy en el colegio?

Pero Jesús nos invita a un AMOR totalmente diferente, al VERADERO AMOR, absolutamente desinteresado e incondicional. San Pablo lo describe muy bien:

“El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibid, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás”. (1 Corintos 13, 4- 8).

Si te hace falta releelo una vez más y subraya lo que quieras porque a este amor estamos llamados TODOS nosotros.

Es importante, me parece, saber además que cuando Dios te ama te cambia en lo más profundo de tu ser. Al experimentarlo no podemos quedar iguales. Jesús nos dice: “Entre vos y yo hay un vínculo que nada podrá destruir”. Tanto nos amó y nos ama Jesús que no podemos quedarnos indiferentes ante semejante sentimiento.
Tratá de recordar, ahora, todas aquellas veces que te sentiste amado y abrazado por Jesús.

• ¿Cuándo experimentaste su amor?

• ¿En qué momentos?

• ¿A través de que personas?

• ¿Cambió algo de vos?

Pero… también, no debemos olvidar que muchas son las veces que NOSOTROS somos los que nos alejamos de Jesús, lo rechazamos, le damos la espalda, “lo crucificamos”. Pensá en tus momentos oscuros, de separación, de no saber que hacer, de pecado, de desesperación, de soledad…

• ¿Cuáles son?

• ¿Cómo te sentís en esos momentos?

Pero Jesús nunca quiso dejarnos solos. Es necesario para nosotros saber que una de las grandes razones que tuvo Jesús para morir en la cruz fue la de hacer posible que TODOS, absolutamente TODOS, pudiéramos sentirnos acompañados por Él en nuestros dolores y en nuestra propia muerte.

Es verdad que tenemos a menudo, momentos de angustia y dolor producidos por diversas situaciones.
Pensemos en algunas de ellas.

Son en estos momentos en los que le cuestionamos a Dios “¿POR QUÉ?” Como si él fuese el culpable de esos momentos. Creemos que Él no puede comprendernos, que no puede entendernos.

¡Qué ingenuos somos!

Quién mejor que JESÚS para comprendernos. No sólo porque es Dios, que ya sería suficiente razón, sino por haberse hecho un hombre igual a nosotros, que experimentó los PEORES, los más HORIRIBLES sufrimientos, dolores y angustias en la CRUZ.

Él tanto nos ama… ¡SÍ! tanto te ama a VOS, que sufrió, lloró y murió para llevarte con Él a la casa de su Padre. Este es el gran deseo de Jesús, él quiere vernos FELICES y no le importó cuanto le costaría. No midió, no especuló, no escatimó sino que se entregó por entero.

En este momento, te voy a pedir que cierres los ojos, que te tomes un rato y te imagines y contemples detenidamente la imagen de Jesús en la cruz. Mirá sus gestos, su mirada y dejá que ella te hable ¿Qué te dice?.

Por último y para terminar, te invitó a que reces esta frase con mucha fuerza y la repitas en tu corazón todas las veces que sea necesario de manera que la vayas entendiendo, madurando y asimilando, tomando conciencia de todo lo que significa e implica:


“ME AMÓ Y SE ENTREGÓ POR MI”

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