viernes, 3 de abril de 2015

Viernes Santo a la mañana (2015)

"Yo tampoco te condeno"

Cruz
Si estás leyendo este desierto, puede que hayas ido o no a besar la cruz. No importa. Lo importante es que estás acá, a punto de encontrarte con Jesús. Y creeme, si abrís tu corazón y dejas que Él entre, no vas a salir igual después de este encuentro...

Acomodate en el espacio, ponete cómodo. Respira profundo. Endereza los hombros y espalda. Seguí respirando profundo, inhala por la nariz y que el aire llegue a tu panza inflándola lo más que puedas. Ahora larga el aire. 

Cuando te diga, cerra los ojos y concéntrate en escuchar todos y cada uno de los ruidos a tu alrededor. El coro, la gente moviéndose, alguno que otro charlando, los pájaros, el viento que hace mover las hojas de los árboles... ¿Qué más escuchas? Y no los abras hasta que no sientas tu cuerpo relajado y tu mente lo más despejada posible. Ahora podemos empezar. Cerralos unos minutitos.

Bueno, tampoco para tanto, no te me duermas que esto recién empieza. Primero lo primero, nos vamos a poner en presencia de Dios: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Hoy es Viernes Santo, día en que Jesús muere en la Cruz por nosotros. Esa Cruz, que es más que dos maderos juntos. Con ella carga todos nuestros pecados, nuestro sufrimiento, nuestros dolores. 

Todos tenemos algún dolor que cargamos día a día. Esas cosas que pesan, que te cuestan, te duelen, te hacen querer bajar los brazos, te hacen repensar tu fe, te hacen sentir que no podes más y queres largar todo. Dolores que te hacen enojarte con Dios y la vida y no entendes porqué pasan… porqué te pasan a vos. Todos tenemos una cruz con la que cargamos día a día, minuto a minuto y con la que tenemos que cargar en nuestras espaldas.

Animate a pensar qué cosas te duelen hoy. Esas cosas con las que te gustaría no tener que enfrentarte más. Esas cosas que a veces te gustaría que por arte de magia desaparecieran de tu vida. Dedicate un tiempito a pensarlo y rezarlo.

¿Sabías qué? No sos el único que carga con su cruz. Hoy vivimos en un mundo en que es muy fácil disimular la tristeza, y aparentar alegría. Pensa en Facebook, Twitter, Instagram. A veces las fotos y comentarios que vemos de la gente, de nuestros familiares y amigos nos hacen creer que esas personas tienen la vida resuelta. Que no tienen problemas, y que son inmensamente felices. Tal vez lo sean, y eso es buenísimo. Pero, alguna vez te preguntaste, si ese amigo con el que no hablas tanto, o esa persona que seguís en Instagram, tiene algún dolor con el que carga todos los días. 

Sería más fácil si en vez de tantos hashtags (#), sus fotos dijeran:
  • Marcos sufre la separación secreta pero ruidosa de sus papás y nadie lo sabe. 
  • Martu lucha con problemas de salud por su mirada distorsionada de su cuerpo.
  • Magda intuye que su hermano menor está enfermo, pero no se anima a preguntar.
  • Pedrito vuelve del colegio todos los días llorando a casa de su abuela porque le hacen bullying.
  • Juan no sabe cómo hacer para pedir ayuda para frenar su adicción que lo está alejando de sus seres queridos. 



Es importante reconocer qué cosas nos hacen mal, incluso llorar si es necesario y descargarse con alguien también. Pero por sobre todas las cosas, Jesús nos invita a amar sin condiciones, y eso significa también salir al encuentro del otro y acompañarlo en su dolor. 

¿Qué persona crees que está sufriendo hoy y se siente sola? ¿Quién es ese al cual acompañaste en su dolor pero que hace un tiempo no sabes cómo está? ¿Se te ocurren nombres? Seguramente más de uno...

Vos sabés lo que puede doler cargar con la propia cruz, y sabes que a todos nos gustaría ser acompañados. Así como Jesús tuvo a Simón de Cirene que lo ayudó a cargar su cruz, vos, ¿a quién podes acompañar en estos momentos? Cuando no hay mucho para hacer por el otro, el mejor regalo que se le puede dar, es rezar por él y por su situación. Pensa en su nombre y escribilo al final de la hoja, en el talón donde dice “Intenciones”.

Si te fijás bien, es un talón para que escribas el nombre de todas las personas a las cuales queres acompañar en la oración. También podes anotar tu nombre, e incluso alguna situación que no te deja tranquilo y te está haciendo sufrir. La idea es que recortes con cuidado el talón y lo lleves a la urna de intenciones. 

Intenciones


Te preguntarás por qué besamos y adoramos la cruz que mató a Jesús, a nuestro Maestro, a nuestro Señor, a nuestro guía y a nuestro amigo...

Te preguntarás por qué nos alegramos los cristianos al saber que Jesús tuvo que morir por nosotros para después resucitar y salvarnos. Incluso cuando su muerte significó soportar intensos dolores físicos y toda la agonía de la soledad, de la traición y de la humillación.


La cruz, con sus dos maderos, nos enseña quiénes somos y cuál es nuestra dignidad:
  • El madero horizontal nos muestra el sentido de nuestro caminar, al que Jesucristo se ha unido haciéndose igual a nosotros en todo, excepto en el pecado. ¡Somos hermanos del Señor Jesús, hijos de un mismo Padre en el Espíritu! El madero que soportó los brazos abiertos del Señor nos enseña a amar a nuestros hermanos como a nosotros mismos. 
  • Y el madero vertical nos enseña cuál es nuestro destino eterno. No tenemos morada acá en la tierra, caminamos hacia la vida eterna. Todos tenemos un mismo origen: la Trinidad que nos ha creado por amor. Y un destino común: el cielo, la vida eterna. La cruz nos enseña cuál es nuestra real identidad.



Si fuiste a besar la cruz, te invito que reces agradeciéndole a Jesús por cargar nuestros dolores y morir por nosotros. Que le pidas para que te ayude a cargar tu cruz, y a ayudar a cargar con la de otros. 

Si todavía no fuiste, recordá que besarlo en la Cruz, es signo de amor. Signo de que lo acompañamos en su dolor. Incluso sin entender porqué tanto sufrimiento, acompañémoslo. Así como María y los apóstoles, que lo estuvieron con en el camino a la Cruz, sin comprender por qué lo hacía, pero con mucha Fe se mantuvieron a su lado. 

“La cruz es el recuerdo de tanto amor del Padre hacia nosotros y del amor mayor de Cristo, quien dio la vida por sus amigos.” (Jn 15, 13).

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga vida eterna." (Jn 3, 16).


Francisco, audiencia del miércoles Santo 16-abril-2014

Jesús alcanza la completa humillación con la «muerte de cruz». Se trata de la peor muerte, la que se reservaba a los esclavos y a los delincuentes. Jesús era considerado un profeta, pero muere como un delincuente. Contemplando a Jesús en su pasión, vemos como en un espejo los sufrimientos de la humanidad y encontramos la respuesta divina al misterio del mal, del dolor, de la muerte. Muchas veces sentimos horror por el mal y el dolor que nos rodea y nos preguntamos: «¿Por qué Dios lo permite?». Es una profunda herida para nosotros ver el sufrimiento y la muerte, especialmente de los inocentes. Cuando vemos sufrir a los niños se nos hace una herida en el corazón: es el misterio del mal. Y Jesús carga sobre sí todo este mal, todo este sufrimiento. Esta semana nos hará bien a todos nosotros mirar el crucifijo, besar las llagas de Jesús, besarlas en el crucifijo. Él cargó sobre sí todo el sufrimiento humano, se revistió con este sufrimiento.” 

Nosotros esperamos que Dios en su omnipotencia derrote la injusticia, el mal, el pecado y el sufrimiento con una victoria divina triunfante. Dios, en cambio, nos muestra una victoria humilde que humanamente parece un fracaso. Podemos decir que Dios vence en el fracaso. El Hijo de Dios, en efecto, se ve en la cruz como un hombre derrotado: sufre, es traicionado, es insultado y, por último, muere. Pero Jesús permite que el mal se ensañe con Él y lo carga sobre sí para vencerlo. Su pasión no es un accidente; su muerte —esa muerte— estaba «escrita». En verdad, no encontramos muchas explicaciones. Se trata de un misterio desconcertante, el misterio de la gran humildad de Dios: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito» (Jn 3, 16). Esta semana pensemos mucho en el dolor de Jesús y digamos a nosotros mismos: esto es por mí. Incluso si yo hubiese sido la única persona en el mundo, Él lo habría hecho. Lo hizo por mí. Besemos el crucifijo y digamos: por mí, gracias Jesús, por mí.

Jesús, que eligió pasar por esta senda, nos llama a seguirlo por su mismo camino de humillación. Cuando en ciertos momentos de la vida no encontramos algún camino de salida para nuestras dificultades, cuando precipitamos en la oscuridad más densa, es el momento de nuestra humillación y despojo total, la hora en la que experimentamos que somos frágiles y pecadores. Es precisamente entonces, en ese momento, que no debemos ocultar nuestro fracaso, sino abrirnos confiados a la esperanza en Dios, como hizo Jesús. Queridos hermanos y hermanas, en esta semana nos hará bien tomar el crucifijo en la mano y besarlo mucho, mucho, y decir: gracias Jesús, gracias Señor. Que así sea. 

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