viernes, 18 de abril de 2014

Viernes Santo a la mañana (2014)

Hoy es Viernes. Un hombre lastimado muere clavado en una cruz a las tres de la tarde. Es el día más triste del año.

Probablemente acabás de besar esa cruz, o estás por ir. Ves una fila eteeerna de chicos que van a hacer lo mismo, ese gesto tan lindo y tan sincero… Pero… ¿Por qué pensás que hacemos esto? ¿Por qué crees que besamos los pies, o las manos de Jesús? Vos, ¿por qué querés besar la cruz?

Besar es un signo de amor, de expresión de afecto hacia otra persona. Besar las heridas de alguien es acariciar su sufrimiento, es decirle “acá estoy”, aunque sea solamente para abrazarlo, aunque no puedas hacer nada más que estar. Besar las heridas de otra persona es acompañarlo en su dolor, comprometerse con la vida de esa persona en ese momento, empatizar con su presente.

En este caso, es también una forma de agradecerle a Jesús… es quizás una caricia para acompañar su sufrimiento. Besar las heridas de otro es un gesto de grandeza. Entonces de vuelta. Vos… ¿por qué querés besar la cruz? Pensalo… Tomate un tiempo para resignificar este gesto…

Cuando besaste las heridas de Jesús (o cuando vayas a hacerlo), pensá también que estás besando no sólo sus heridas, sino también las tuyas y las de los otros. Las heridas del mundo, que también sufre. De la sociedad, que también llora. De las personas, las que conocés y las que no, de todas esas caras. De tu familia. De tus amigos. Y al besarlas, estás anhelando y permitiendo que la misericordia de Dios se derrame en esas heridas, que las empape y las atraviese.

¿Qué heridas ajenas querés besar en esa cruz?
¿Las heridas de quién? ¿Qué heridas te gustaría acariciar y acompañar?
Y tuyos, ¿qué dolores querés empezar a besar, a abrazar?

Besar tu propio dolor también es un signo de afecto. Hacia vos mismo, hacia tu vida y tu persona. Besar tu dolor es abrazar las sombras de tu vida, lo que muchas veces quisieras que no esté, y reconciliarte con eso que te incomoda. Dios te ama en tu dolor, porque es parte de tu vida, te conforma y te hace ser como sos. Te quiere ver pleno, reconciliado con tus heridas, besándolas… en paz con ellas, aunque pinchen. Y mirá, Jesús desde la cruz pudo transformar el dolor más grande del mundo en el signo de entrega y de amor más gigante de la historia. Imaginate si no puede entonces, ayudarte a tomar tu dolor y transformarlo, lentamente… De a poquito….

Ahora te voy a contar una historia cortita.

Hubo una vez un joven que vivía en un pueblo en Italia. Un día, volviendo a su casa se encontró con un leproso. La lepra es una enfermedad históricamente estigmatizada, mutilante y vergonzosa. Los leprosos eran personas despreciadas por la sociedad, porque no se sabía cómo tratar la enfermedad y era muy contagiosa. Al atacar la piel, la lepra producía costras que, al no ser tratadas, se infectaban y se pudrían, generando un olor nauseabundo. La enfermedad avanzaba deformando y mutilando el cuerpo de quienes la padecían. Por estas razones los leprosos vivían aislados de las ciudades y nadie se les acercaba; cargaban no solo con su enfermedad, sino también con el peso de un gran estigma social. Únicamente salían para pedir limosna, dado que vivían en condiciones precarias porque nadie los cuidaba.

El joven, al ver al leproso pidiendo limosna, se le acercó para darle unas monedas. Pero cuando estaba por dejarle el dinero vio las manos del enfermo, llenas de costras y con varios dedos menos, sintió el olor a putrefacción que emanaba, vio su rostro y su cuerpo deformados… y se conmovió. Y lo abrazó. Abrazó al leproso, sin ignorar la evidente posibilidad de contagio. Le besó las manos, siendo plenamente consciente del olor desagradable que despedía el enfermo. Besó sus heridas, profundas e incurables.

El joven no ignoraba las posibles consecuencias de acercarse a un leproso. Pero no le importaron. Más allá de la condena, del desprecio y la indiferencia, más allá del evidente deterioro físico del leproso, más allá del olor y del estigma social, el joven pudo ver a un hermano. Un hermano que sufría y le pedía ayuda desde lo más profundo de sí mismo.

El joven se dejó encontrar, y ese encuentro fue decisivo para que su vida tomara otra dirección. Ese joven se llamaba Francisco, y vivía en Asís. Y no mucho tiempo después, lo proclamaron santo.

Así como San Francisco de Asís pudo ver a un hermano que sufría y comprometerse con su dolor besando sus heridas, Jesús hizo lo mismo por nosotros (y hasta fue más lejos). Y hoy nosotros estamos besando sus heridas en la cruz. Y ahora nos invita a nosotros a besar los dolores del mundo. A mirar a los ojos a ese hermano detrás de su injustificada carga de leproso. A mirar a los ojos a ese hermano detrás de todas esas costras que le pusieron sobre la piel y le deformaron el rostro a los ojos de los hombres.

Pensá en las veces en que hayas necesitado un abrazo, un beso, que alguien se conmueva por vos o simplemente te pregunte “cómo estás?”. Recordá esa situación. Recordá qué sentías. Recordá cuánto necesitabas que otra persona venga y te acompañe...

Entendiéndonos a nosotros y a nuestras propias heridas, entendemos que los demás también sienten estas cosas. Sienten dolor, vergüenza, soledad, vacío, desesperación, angustia, igual que vos. Ellos también sienten y necesitan a alguien, a un San Francisco que se conmueva y les bese las heridas. Lo importante es que a partir de nuestro dolor y gracias a él, nosotros podemos entender el dolor del otro y entonces ponernos en su lugar y acompañarlo, podemos amarlo, podemos encontrarnos como hermanos que se abrazan....

También hace un rato nos postramos cuando llegó la cruz. Dijeron “Este es el árbol de la cruz, donde estuvo suspendida la Salvación del mundo” y respondimos “Vengan y adoremos”.

Al morir en la cruz, Jesús nos salva de que nos guardemos la vida para nosotros mismos. Al crucificarse nos está diciendo “Mirá todo lo que ganan si dan su vida por los otros”… Dar la vida no en el sentido literal, Jesús a vos no te pide que te mueras crucificado, pero sí te invita a que, de hecho, en tu vida, vivas con otros y por los otros. Te invita a que no te guardes tu vida para vos y para tus propios éxitos. Que no mires sólo tu dolor, sino que mires más allá, un poco más allá. Que abras bien tus ojos. Hacia tu derecha, a tu izquierda. Toda esta gente… ¿la ves? …Todos tan distintos y tan igualmente valiosos. Todos compañeros de vida.

Ojo, esto no quiere decir que te tenés que abandonar a vos, para nada. Cuidate, tomate tus tiempos para estar en silencio y para estar con vos, para escucharte y acariciar tus heridas. Aprendé a disfrutar esos momentos de vos con vos, que hacen tan bien, que te nutren y que también te hacen crecer y quererte, que es fundamental… Pero no esperes a estar listo para salir a los demás. Soledad y comunión (común-unión) son dos aspectos que equilibran la vida y se necesitan mutuamente. Así como todo lo que crece tiene que alimentarse, estar abierto a recibir del exterior, y a la vez tiene que tener la capacidad de integrar eso que recibe en su propia realidad. Y si esto es evidente en lo físico, a través del alimento que recibimos, es igual de verdadero en todos los aspectos. También nosotros nos nutrimos de los otros para crecer.

Así es como, por todo esto, al morir en la cruz, Jesús nos enseña a amar. Esto es lo fundamental y es todo lo que nos pide: que amemos. Él no se guardó nada para sí mismo. En la cruz, las manos de Jesús están abiertas, igual que sus brazos. Así clavado, quedó inmortalizado en un abrazo eterno. Quedó abrazando nuestras heridas para siempre.

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Si te sirve para terminar este ratito de desierto, esta es la oración que rezaba San Francisco, el joven que se animó a vencer los prejuicios e ir al encuentro del hermano.


Oración de San Francisco

Señor haz de mí un instrumento de tu paz,
Donde hay odio, lleve yo el amor,
Donde hay ofensa, lleve yo el perdón
Donde hay discordia, lleve yo la unión
Donde hay duda, lleve yo la fe
Donde hay error, lleve yo verdad
Donde hay desesperación, lleve yo esperanza
Donde hay tristeza, que lleve la alegría
Donde están las tinieblas, lleve yo la luz.
Maestro, haz que no busque tanto
Ser consolado como consolar,
Ser comprendido como comprender,
Ser amado como amar.
Pues es dando que se recibe
Perdonando, que se es perdonado
Muriendo, que se resucita a la Vida Eterna.


San Francisco de Asís

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