Hoy es Viernes. Un
hombre lastimado muere clavado en una cruz a las tres de la tarde. Es el día
más triste del año.
Probablemente acabás
de besar esa cruz, o estás por ir. Ves una fila eteeerna de chicos que van a
hacer lo mismo, ese gesto tan lindo y tan sincero… Pero… ¿Por qué pensás que
hacemos esto? ¿Por qué crees que besamos los pies, o las manos de Jesús? Vos,
¿por qué querés besar la cruz?
Besar es un signo de
amor, de expresión de afecto hacia otra persona. Besar las heridas de alguien
es acariciar su sufrimiento, es decirle “acá estoy”, aunque sea solamente para
abrazarlo, aunque no puedas hacer nada más que estar. Besar las heridas de otra
persona es acompañarlo en su dolor, comprometerse con la vida de esa persona en
ese momento, empatizar con su presente.
En este caso, es
también una forma de agradecerle a Jesús… es quizás una caricia para acompañar
su sufrimiento. Besar las heridas de otro es un gesto de grandeza. Entonces de
vuelta. Vos… ¿por qué querés besar la cruz? Pensalo… Tomate un tiempo para
resignificar este gesto…
Cuando besaste las
heridas de Jesús (o cuando vayas a hacerlo), pensá también que estás besando no
sólo sus heridas, sino también las tuyas y las de los otros. Las heridas del
mundo, que también sufre. De la sociedad, que también llora. De las personas,
las que conocés y las que no, de todas esas caras. De tu familia. De tus
amigos. Y al besarlas, estás anhelando y permitiendo que la misericordia de
Dios se derrame en esas heridas, que las empape y las atraviese.
¿Qué heridas ajenas
querés besar en esa cruz?
¿Las heridas de
quién? ¿Qué heridas te gustaría acariciar y acompañar?
Y tuyos, ¿qué dolores
querés empezar a besar, a abrazar?
Besar tu propio dolor
también es un signo de afecto. Hacia vos mismo, hacia tu vida y tu persona.
Besar tu dolor es abrazar las sombras de tu vida, lo que muchas veces quisieras
que no esté, y reconciliarte con eso que te incomoda. Dios te ama en tu dolor,
porque es parte de tu vida, te conforma y te hace ser como sos. Te quiere ver
pleno, reconciliado con tus heridas, besándolas… en paz con ellas, aunque
pinchen. Y mirá, Jesús desde la cruz pudo transformar el dolor más grande del
mundo en el signo de entrega y de amor más gigante de la historia. Imaginate si
no puede entonces, ayudarte a tomar tu dolor y transformarlo, lentamente… De a
poquito….
Ahora te voy a contar
una historia cortita.
Hubo una vez un joven
que vivía en un pueblo en Italia. Un día, volviendo a su casa se encontró con
un leproso. La lepra es una enfermedad históricamente estigmatizada, mutilante
y vergonzosa. Los leprosos eran personas despreciadas por la sociedad, porque
no se sabía cómo tratar la enfermedad y era muy contagiosa. Al atacar la piel,
la lepra producía costras que, al no ser tratadas, se infectaban y se pudrían,
generando un olor nauseabundo. La enfermedad avanzaba deformando y mutilando el
cuerpo de quienes la padecían. Por estas razones los leprosos vivían aislados
de las ciudades y nadie se les acercaba; cargaban no solo con su enfermedad,
sino también con el peso de un gran estigma social. Únicamente salían para
pedir limosna, dado que vivían en condiciones precarias porque nadie los
cuidaba.
El joven, al ver al
leproso pidiendo limosna, se le acercó para darle unas monedas. Pero cuando
estaba por dejarle el dinero vio las manos del enfermo, llenas de costras y con
varios dedos menos, sintió el olor a putrefacción que emanaba, vio su rostro y
su cuerpo deformados… y se conmovió. Y lo abrazó. Abrazó al leproso, sin
ignorar la evidente posibilidad de contagio. Le besó las manos, siendo
plenamente consciente del olor desagradable que despedía el enfermo. Besó sus
heridas, profundas e incurables.
El joven no ignoraba
las posibles consecuencias de acercarse a un leproso. Pero no le importaron.
Más allá de la condena, del desprecio y la indiferencia, más allá del evidente deterioro
físico del leproso, más allá del olor y del estigma social, el joven pudo ver a
un hermano. Un hermano que sufría y le pedía ayuda desde lo más profundo de sí
mismo.
El joven se dejó
encontrar, y ese encuentro fue decisivo para que su vida tomara otra dirección.
Ese joven se llamaba Francisco, y vivía en Asís. Y no mucho tiempo después, lo proclamaron
santo.
Así como San
Francisco de Asís pudo ver a un hermano que sufría y comprometerse con su dolor
besando sus heridas, Jesús hizo lo mismo por nosotros (y hasta fue más lejos).
Y hoy nosotros estamos besando sus heridas en la cruz. Y ahora nos invita a
nosotros a besar los dolores del mundo. A mirar a los ojos a ese hermano detrás
de su injustificada carga de leproso. A mirar a los ojos a ese hermano detrás
de todas esas costras que le pusieron sobre la piel y le deformaron el rostro a
los ojos de los hombres.
Pensá en las veces en
que hayas necesitado un abrazo, un beso, que alguien se conmueva por vos o
simplemente te pregunte “cómo estás?”. Recordá esa situación. Recordá qué sentías.
Recordá cuánto necesitabas que otra persona venga y te acompañe...
Entendiéndonos a
nosotros y a nuestras propias heridas, entendemos que los demás también sienten
estas cosas. Sienten dolor, vergüenza, soledad, vacío, desesperación, angustia,
igual que vos. Ellos también sienten y necesitan a alguien, a un San Francisco que
se conmueva y les bese las heridas. Lo importante es que a partir de nuestro
dolor y gracias a él, nosotros podemos entender el dolor del otro y entonces
ponernos en su lugar y acompañarlo, podemos amarlo, podemos encontrarnos como
hermanos que se abrazan....
También hace un rato
nos postramos cuando llegó la cruz. Dijeron “Este es el árbol de la cruz, donde
estuvo suspendida la Salvación del mundo” y respondimos “Vengan y adoremos”.
Al morir en la cruz,
Jesús nos salva de que nos guardemos la vida para nosotros mismos. Al
crucificarse nos está diciendo “Mirá todo lo que ganan si dan su vida por los otros”…
Dar la vida no en el sentido literal, Jesús a vos no te pide que te mueras
crucificado, pero sí te invita a que, de hecho, en tu vida, vivas con otros y
por los otros. Te invita a que no te guardes tu vida para vos y para tus
propios éxitos. Que no mires sólo tu dolor, sino que mires más allá, un poco
más allá. Que abras bien tus ojos. Hacia tu derecha, a tu izquierda. Toda esta
gente… ¿la ves? …Todos tan distintos y tan igualmente valiosos. Todos
compañeros de vida.
Ojo, esto no quiere
decir que te tenés que abandonar a vos, para nada. Cuidate, tomate tus tiempos
para estar en silencio y para estar con vos, para escucharte y acariciar tus
heridas. Aprendé a disfrutar esos momentos de vos con vos, que hacen tan bien,
que te nutren y que también te hacen crecer y quererte, que es fundamental…
Pero no esperes a estar listo para salir a los demás. Soledad y comunión
(común-unión) son dos aspectos que equilibran la vida y se necesitan
mutuamente. Así como todo lo que crece tiene que alimentarse, estar abierto a
recibir del exterior, y a la vez tiene que tener la capacidad de integrar eso
que recibe en su propia realidad. Y si esto es evidente en lo físico, a través
del alimento que recibimos, es igual de verdadero en todos los aspectos.
También nosotros nos nutrimos de los otros para crecer.
Así es como, por todo
esto, al morir en la cruz, Jesús nos enseña a amar. Esto es lo fundamental y es
todo lo que nos pide: que amemos. Él no se guardó nada para sí mismo. En la
cruz, las manos de Jesús están abiertas, igual que sus brazos. Así clavado,
quedó inmortalizado en un abrazo eterno. Quedó abrazando nuestras heridas para
siempre.
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Si te sirve para
terminar este ratito de desierto, esta es la oración que rezaba San Francisco,
el joven que se animó a vencer los prejuicios e ir al encuentro del hermano.
Oración de San Francisco
Señor
haz de mí un instrumento de tu paz,
Donde
hay odio, lleve yo el amor,
Donde
hay ofensa, lleve yo el perdón
Donde
hay discordia, lleve yo la unión
Donde
hay duda, lleve yo la fe
Donde
hay error, lleve yo verdad
Donde
hay desesperación, lleve yo esperanza
Donde
hay tristeza, que lleve la alegría
Donde
están las tinieblas, lleve yo la luz.
Maestro,
haz que no busque tanto
Ser
consolado como consolar,
Ser
comprendido como comprender,
Ser
amado como amar.
Pues
es dando que se recibe
Perdonando,
que se es perdonado
Muriendo,
que se resucita a la Vida Eterna.
San
Francisco de Asís
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