viernes, 9 de diciembre de 2016

Viernes a la mañana (2016)

“Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando.” (Marcos 1, 35)

¿Sabías que la palabra desierto significa en su origen olvidar, abandonar? Por eso te invito que, al igual que Jesús, abandones el lugar en que estás y busques un nuevo lugar, tranquilo, donde puedas olvidarte por un rato de todo lo que te rodea para encontrarte con vos mismo y con Dios en un momento de oración.
Orar es tratar de elevar la mente y el corazón a Dios.

Tratá, entonces, de hacer silencio adentro tuyo para encontrarte con Él: Buscá una posición con la que te sientas cómodo. Respirá despacio y profundo. Relajá tu cuerpo. Escuchá y dejate llevar por los ruidos a tu alrededor. Despejá tu mente de todos esos pensamientos que te desconcentren. Cerrá los ojos por unos segundos, te puede ser de gran ayuda.

Y una vez que te sientas listo, te invito a hacer la señal de la Cruz como signo de estar en presencia de Dios, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.

No importa si todavía no fuiste a besar la Cruz o si acabás de volver de hacerlo, lo que importa es que en este momento estás en tu desierto, en tu intimidad, viviendo todavía la Celebración de la Cruz.

Ahora te invito a vivirla de una manera diferente. Te invito a que, por un momento, te conviertas en protagonista de la cruz de Jesús. Te invito a que vuelvas dos mil años atrás y te imagines arrodillado a los pies de Jesús.
¿Estás ahí? Está oscuro y hace frío. El cielo se nubló completamente. A tu alrededor hay varios soldados romanos, con lanzas y espadas y caras de amenaza. A tu lado hay algunas mujeres, María está ahí también. Y arriba tuyo, está Jesús.
¿Qué ves? ¿Cómo es la cruz?
¿Ves al hombre sufriendo, a punto de dar la vida?
¿Sentís su aliento cansado y agobiado?
¿Podés ver sus heridas, las marcas de los clavos y de los látigos?
¿Escuchás el llanto de su madre?

Ahora te invito a levantar la vista y mirar hacia adelante, donde está la cruz que te viene acompañando durante todo el retiro. Si estás muy lejos también la tenés acá al costado. Tomate tu tiempo, mirala bien. ¿Qué ves? ¿Cuál es la diferencia con la anterior?
¿Cómo puede ser que esta cruz sea la misma que hace dos mil años?

Sí, es la misma cruz aunque no lo creas. Lo único que cambió es nuestra mirada.
Donde el mundo ve una forma de tortura que sólo se destinaba a los peores criminales de esa época, nosotros vemos el acto de amor más grande de la historia: de un Dios que tanto nos amó que se hizo ejemplo, y soportó el dolor y la humillación.
Donde el mundo ve un hombre cansado y moribundo, nosotros vemos a un Jesús lleno de vida que la regala sin límites ni condiciones para que nosotros tengamos una vida nueva.
Donde el mundo ve dolor, oscuridad y tristeza nosotros vemos luz, alegría y esperanza.
Dios te regala el don de poder ver la cruz de Jesús con ojos nuevos, con una mirada de esperanza y optimismo para ver más allá del dolor y el sufrimiento.

Ahora te hago una pregunta bastante simple. Vos, ¿no podés hacer lo mismo con TU cruz, con tus dolores y limitaciones?

Te propongo leer este cuento para que medites sobre tu respuesta:
“Todos los días, un viejo campesino caminaba varios kilómetros para buscar agua del río más cercano y llevarla a su familia. Llevaba el agua en dos vasijas, colgadas en cada extremo de un palo que cargaba sobre sus hombros con esfuerzo. Las vasijas, al igual que él, habían sufrido el paso de los años, y también habían ido envejeciendo y deteriorándose. Una de las vasijas había resultado más castigada con los continuos viajes del hombre y hacía tiempo que se había agrietado, lo que hacía que perdiera cada vez más agua en los trayectos.
Cierto día, cuando el hombre llegaba al río y se disponía a cargar agua, la vasija agrietada le dijo:
- No sé si te diste cuenta que hace rato que tengo grietas y que no sirvo mucho… La otra vasija hace largos kilómetros llevando toda el agua y, en cambio, yo pierdo cada día más de la mitad del agua por el camino. Creo que lo mejor sería que me abandones y me cambies por otra vasija que haga el trabajo que te merecés.
El hombre se dio vuelta con una sonrisa y le dijo a la vasija agrietada:
- ¿Te fijaste alguna vez en lo que fue pasando a medida que empezaste a agrietarte? ¿Prestaste atención al camino que hacemos juntos cada día?
La vasija se quedó pensando por un momento y, resignada, contestó:
- No, yo solo sé que no sirvo ya que no soy capaz de realizar la única función que se supone que tengo. De verdad pienso que deberías cambiarme por otra.
El hombre la miró fijamente con la misma sonrisa y, sin decir palabra, tomó las vasijas, las llenó de agua y las cargó sobre sus hombros. Después, preguntó a la vasija agrietada:
- Mirá a lo largo del camino. ¿Qué ves?
La vasija pudo ver entonces una larga fila de hermosos arbustos con flores y frutos de colores diversos.
Entonces el campesino le dijo:
- ¿Te diste cuenta que las plantas y las flores crecen solamente a tu lado del camino? Cada día, desde que te empezaste a agrietar, planté unas semillas, que como podés comprobar no sólo me alegran el paseo cada día con los colores y olores que desprenden las plantas, sino que además dieron sus frutos y me permiten a mí y a otros recogerlos y llevar alimentos a nuestras familias. ¿Y gracias a qué? ¿Sabés a qué? Gracias al agua que fuiste derramando por el camino. Podés sentirte orgullosa de lo que sos.”

Todos somos “vasijas agrietadas”, todos tenemos ciertas debilidades que nos hacen renguear por el camino. Todos cargamos con limitaciones y dolores: nuestros defectos, nuestros pecados, nuestras inseguridades, nuestros errores, nuestros vicios… Tomate unos minutos para mirar adentro tuyo y escribir acá abajo algunas de esas cruces que cargás, esas grietas que a veces te hacen sentir como la vasija y no te dejan ver todas las virtudes que hay en vos. Si necesitás un poco de ayuda, en la página siguiente hay un examen de conciencia que te puede dar una mano para profundizar.
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Cuesta hacerse de humildad y reconocer esas cosas que no nos gustan de nosotros mismos. Sin embargo, así como el campesino seguía queriendo su vasija agrietada, Dios te ama con todo lo que sos, con tus cosas buenas y malas, tus luces y oscuridades. Y te invita, además, a ver esas debilidades con una nueva mirada. Dejar de lado la negatividad y ver una oportunidad para crecer y florecer. Ir buscando día a día la mejor versión de vos mismo. Potenciar tus dones y tus virtudes para superar tus limitaciones.
Esa es la invitación que hoy te hace Jesús. Lo único que necesita es que vos lo dejes entrar en tu vida para que Él te de la fuerza y la constancia que te hace falta para no quedarte encerrado en el dolor y poder mejorar cada día más . Ojo que no es fácil, a veces puede ser más difícil de lo que parece. Es una invitación de todos los días, de cada momento de tu vida.

Por eso, al final en el espacio que tenés en blanco, te propongo que escribas una oración a Jesús. Una
oración que sea totalmente tuya donde puedas pedirle que te renueve la mirada y que te abra los ojos, que te ayude a cargar esas limitaciones que escribiste con amor y alegría. Acordate, es completamente tuya: queda a tu creatividad. No te apures para escribirla, tenés tiempo de sobra para pensar cada palabra con cuidado.
Te invito en especial a guardar esta oración en algún lugar donde puedas verla todos los días (tu billetera, tu cartera, tu mochila, tu cartuchera…) para que siempre tengas a mano una forma íntima y personal de rezar.
Si todavía no fuiste a besar la cruz, te invito a ir rezando tu oración mientras hacés la fila hacia ella.
Y si ya lo hiciste, te propongo cerrar este momento de desierto rezando la oración que le escribiste a Jesús.