¡¡Holaaa!! Ya estás en tu casa… ¡Ya pasó Pascua! Qué
raro, ¿no? Demasiadas cosas, en pocos días y todo tan intenso… Muchas
sensaciones juntas y esa última de todas, feliz y amarga de cuando te despedís
y te vas. Tanto que decantar, que rezar, que pensar,… ¿QUÉ HACER?
Ahora se viene el desafío. Es ahora cuando Jesús te
pide que no te olvides de todo esto, que lo recuerdes, que lo vuelvas a pasar
por tu corazón. Que no dejes de alimentar el fuego que ahora sentís. Aprovecha
ahora, que estás encendido, para encender a otros… después van a ser ellos
quienes te enciendan a vos cuando lo necesites. Dejá que te consuma este fuego,
no lo apagues que si no hay fuego no habrá luz. Todos estamos llamados, VOS
estás llamado a ser LUZ para el mundo. A ser la sal de la tierra. ¿Y qué mejor
momento para empezar que AHORA que estás colmado de Dios? A veces nos pasa en
este tipo de retiros o experiencias que el corazón nos ARDE, que de verdad
sentimos esa fuerza que viene sólo de Dios y es real -se siente-. Pero puede
haberte pasado antes (o incluso durante esta pascua) y seguramente te pase
después que “no lo sentís”. Quizás te pase a vos o le pase a un amigo, pero es
una frase bastante común de escuchar. Y esto pasa porque la fe no es solamente
un sentimiento. ¿Podemos acaso vivir solamente de sentimientos? Son la base y
son muy importantes, pero: ¿qué es el sentir sin el hacer?, ¿qué es el sentir
sin la confianza, sin la responsabilidad, sin la fuerza ante lo adverso? Sentir
es el primer paso. Ahora que lo sentís, afianzalo. Forjalo. Hacelo concreto. A
medida que lo vayas haciendo concreto, se va a ir arraigando más a vos, para
que PERMANEZCAS en Jesús, para que puedas caminar en libertad. Para que llegue
tan profundo que cuando en algún momento de tu vida no encuentres este sentimiento
puedas saber que aún está ahí. Salí a contagiar el amor de Dios en lo concreto,
en tus acciones; ¡hacelo real! De esta forma vas a seguir creciendo en tu
relación con Él, vas a poder profundizar en ella. Algo que muchas veces me
ayudó, aunque suene un poco raro,… (pero no te preocupes, es un secreto entre
vos y yo que nadie más tiene por qué saber) fue aprovechar mi momento más
fuerte en la fe para hacerme una carta a mí mismo. ¿Quéééééééé? Si, si, como lo
escuchás (o lees). Dale, ¿con todas las locuras que vivimos estos días me vas a
decir que te sorprende? Te preguntarás para qué, me imagino. Es simple. Qué
mejor que dejar una grabación concreta de todo lo que tenés en tu corazón
ahora. De todas las cosas que te podés haber dado cuenta durante estos días. Es
probable que alguna vez te hayan dicho: “querete, te tenés que querer a vos
mismo”. Y si no te lo dijeron, TE LO DIGO AHORA: QUERETE. Pero cómo te vas a
querer si no te hablás, si no te comunicás con vos mismo. Por eso te invito (si
estas tan loco como yo) a que te escribas una carta o a que simplemente
escribas acá o en tu cuaderno y que dejes grabado para siempre LO VALIOSO QUE
SOS Y LO MUCHO QUE DIOS TE AMA. Para que te recuerdes a vos mismo, por si algún
día te olvidas, que acá tenés un refugio permanente al cual volver. Encontraste
un lugar en el cual siempre vas a ser amado, bienvenido y aceptado seas como
seas, seas lo que seas. Ese lugar es el templo de Dios en tu propio corazón.
________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
Como sabrás, Dios eligió el lugar más humilde en donde nacer y también el más humilde en donde vivir: nuestra humanidad. Encargate de tener un corazón humilde y receptivo, Él va a hacer el resto. Hacelo parte de TU DÍA A DÍA, de tu cotidianeidad. Animate a confiar en Dios en las cosas de todos los días. Dejalo acompañarte en tus sufrimientos, en tus alegrías, en tus decisiones, en las cosas que te dan bronca, en tus desencantos, en tus frustraciones, en tus enojos. Dejalo entrar en tu universo. Dejalo ser parte de él. Estar más conectado con Dios te hace estar más conectado con vos y viceversa. Te ayuda a conocerte más. Te ayuda a amarte, a tenerte confianza… Cuando te sientas lejos, no te olvides que Dios es inmensamente misericordioso. Una misercordia que no cabe en nuestra humanidad. No te olvides que Él te ama y no le importa lo que hagas: te ama por tu centro, por tu esencia y porque sos Su Hijo. Cuanto más en contacto con tu esencia estés, más vas a estar en contacto con el amor que Dios te tiene, que SIEMPRE está pero que muchas veces olvidamos. Soltá tu apariencia al viento y dejá que Él te haga brillar, dejá que su luz tiña tu oscuridad… Él no te olvida, no lo olvides. Nunca es tarde para volver a Dios. No esperes a ser perfecto porque se te va a pasar la vida entera… Como dijimos, no podemos dejar que este fuego se apague. El sábado a la noche la luz del cirio nos iluminó y Jesús nos dijo: “SALGAN Y ENCIENDAN EL MUNDO”. Tenemos que ayudar a Jesús a que el mundo ARDA con Su amor. Jesús puso sus fichas EN VOS. Hay cosas que Él pensó para vos. Hay cosas que son TU PROPIA MISIÓN y si vos no las hacés, quizás nunca más alguien las haga. Podés ser VOS el único evangelio que alguien pueda leer. Podés ser vos el único que pueda llevar luz a determinados lugares. Te invitamos entonces a que te pongas una tarea chiquita por día. Puede ser cualquier cosa… Tomar mates con un amigo para saber cómo está, ayudar en tu casa, preocuparte por el otro, rezar, ir a misa y prestar atención a qué te está diciendo Dios… leer el evangelio, servir, saludar al colectivero, ayudar a esa persona que siempre está pidiendo cuando te bajás del tren… No significa que esto sea todo, pero es un comienzo, un arranque, un impulso. Cada vez que cumplas con uno de estos pequeños objetivos te proponemos pintar una de las llamitas que te dejamos en la hoja de atrás. Es el principio de un ejercicio que te va a mostrar cómo puede irse expandiendo tu fuego.
No esperes a estar listo para salir a vivir a Dios. Vas creciendo CON el otro: en la medida en que vivas con el otro y para los demás, te vas forjando en el camino. Dios se manifiesta cuando salís a actuar, cuando SALÍS A VIVIR, no se manifiesta en un sillón.
Cada día, antes de dormirte, pregúntate: ¿Qué me pasó hoy? ¿Cómo reaccioné ante esto? ¿Qué me quiso decir Dios con esto otro? Poco a poco vas a ir viendo cómo Dios te habla en los signos de los tiempos, cómo Él tiene algo pensado para vos que se manifiesta día a día, con lo que a vos te pasa cada día. Animate a vivir en Él, a seguir caminando, ABRIENDO PASO. Él siempre está… hacelo estar.
Oración
de San Francisco
Señor haz
de mi un instrumento de tu paz,
Donde hay
odio, lleve yo el amor,
Donde hay
ofensa, lleve yo el perdón
Donde hay
discordia, lleve yo la unión,
Donde hay
duda, lleve yo la fe,
Donde hay
error, lleve yo verdad,
Donde hay
desesperación lleve yo esperanza,
Donde hay
tristeza, que lleve la alegría,
Donde
están las tinieblas, lleve yo la luz.
Maestro,
haz que no busque tanto
Ser
consolado, como consolar,
Ser
comprendido, como comprender,
Ser
amado, como amar.
Pues es
dando que se recibe,
Perdonando,
que se es perdonado,
Muriendo,
que se resucita a la Vida
Eterna.
San Francisco de Asís